El cerco
Así como hay gente que no puede ser feliz sin tener angustia vital, hay otra que no está contenta si no se pelea con alguien. La Delegación del Gobierno en Madrid se ha visto precisada a reunir a Policía y Guardia Civil para diseñar una estrategia de seguridad. Dicho con otras palabras: hacen falta árbitros para el combate, a pesos libres, entre las distintas bandas de ultras, que si bien se mira sólo son diferentes en sus puntos de vista, pero no en la diana de sus pedradas.
Actualizado: GuardarSe está caldeando un ambiente que ya estaba bastante calentito y lo que ahora se trata de impedir son actos de guerrilla urbana. En estos tipos de marcha comunitaria y enfebrecida siempre se necesita un muerto, con la finalidad de que haya más. Por algo se empieza y ya sabemos cómo se acaba. Hay jóvenes cuya más decidida vocación es la de prosélito. Decía Tolstoy que los estudiantes no hacen revoluciones, sino algaradas. Ciertamente son más peligrosos los mineros, por poner un ejemplo, que los universitarios, pero ambos grupos arrastran a otros cuando denuncian su descontento y ahora el descontento está de moda. No va nada peor en España que hace unos meses, pero se conoce que la rebeldía es cíclica. El cerco a los ultras puede convertir la vía pública en un vía crucis para muchos ciudadanos normales, que sufren y trabajan y procuran ganarse la vida sin exponerse a perderla cuando salgan a la calle.
El 20 de noviembre, que es una fecha significativa, aunque tenga distinta significación para unos y otros, se presta a conmemoraciones bárbaras. El sectario, según intenta en vano explicar Fernando Savater, quiere que los suyos salgan adelante a toda costa, aunque el conjunto del país sufra en su armonía o «incluso corra peligro de desmoronarse». Pues en eso estamos.