Una separación anunciada
La Casa Real confirmó ayer en una escueta nota «el cese temporal de la convivencia» de la infanta Elena y Jaime de Marichalar tras doce años de matrimonio
Actualizado:Elena de Borbón, de 44 años, y Jaime de Marichalar, de 45, confirmaron en un día como ayer, martes y trece, un rumor que desde hace años circula de boca en boca, que su matrimonio va mal. Aún así, la noticia de la primera separación conyugal que se produce en el seno de la Familia Real española, siempre atenta a dar la imagen de familia unida y bien avenida, ha quedado suavemente matizada como un «cese temporal de la convivencia matrimonial», realizado además de «mutuo acuerdo». Lo cual deja, al menos de cara al exterior, la puerta abierta a una posible reconciliación.
Pero el hecho es que los duques de Lugo, padres de Felipe y Victoria, de nueve y siete años, ya no viven juntos. Tras haber luchado contra una prolongada crisis matrimonial, de la que ya empezó a hablarse en 2002, la Infanta tomó hace unos días la decisión de trasladarse junto a sus dos hijos a su antigua vivienda, situada a pocos metros del domicilio conyugal, un elegante dúplex en la milla de oro del madrileño barrio de Salamanca.
El comunicado de ayer es la crónica de una separación anunciada, pero tal vez no se habría hecho pública aún de no haber sido porque la información llegó antes al diario catalán La Vanguardia. En todo caso, la noticia se produce en un momento de gran exposición mediática para la Corona, después de que el Rey mandara callar al presidente venezolano Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile, y de que ese gesto tajante y castizo se haya convertido en el vídeo más visitado y comentado en YouTube.
Los rumores de ruptura entre Jaime y Elena habían arreciado en las últimas semanas, tal vez en esta ocasión de forma más intensa que en el otoño pasado o el anterior. Pero, como siempre, habían sido oportunamente desmentidos por fuentes de la Zarzuela. Además, quizá en un intento de acallarlos, los dos cónyuges habían acudido juntos recientemente a varios actos oficiales, como los organizados con motivo de la celebración del 12 de octubre, y también a fiestas sociales, como la reciente gala de los Premios Telva, a finales del mes pasado. La última vez que se vio en público a la Infanta fue el pasado domingo, en la final del Master Series de tenis femenino, al que acudió acompañada de su hija, Victoria Federica.A partir de ahora, según fuentes oficiales, doña Elena continuará con su agenda oficial «con toda normalidad», mientras que Jaime de Marichalar podrá seguir utilizando el título de duque de Lugo, en tanto se prolongue la actual separación temporal que, tal como han recalcado en Zarzuela, carece de efectos jurídicos. De hecho, según se ha señalado, se trata de una «formalidad muy medida», pensando en el rango de la pareja y en beneficio de sus hijos, que están «en una edad muy difícil para asimilar estas noticias».
Amor confeso
La historia de amor ahora truncada, o al menos temporalmente suspendida, entre Jaime y Elena se dio a conocer oficialmente en noviembre de 1994, hace ahora justo trece años, cuando ambos oficializaron su compromiso en los otoñales jardines del Palacio de la Zarzuela. «Sus cualidades son tantas que no terminaríamos nunca», dijo él de ella. «Es cariñoso y tenaz; no ha parado hasta convencerme», confesó a su vez la primogénita de los Reyes.
La boda se celebró el 18 de marzo del año siguiente en la catedral de Sevilla, con la ciudad hispalense radiante, impregnada de olor a azahar y con los sevillanos llenando sus calles con un fervor digno de Semana Santa. Elena pronunció el sí quiero ante 1.300 invitados -entre ellos, 300 representantes de 38 casas reales-, ante millones de telespectadores y ante los miles de sevillanos que corearon el sí de la Infanta con un espontáneo «¿Olé!». La boda tuvo hasta su anécdota, cuando la novia, vestida con un favorecedor traje nupcial de ligero acento andaluz diseñado por Petro Valverde, olvidó pedir la venia a su padre, el Rey; o cuando, con gran autoridad, conminó a su ya marido a que le despejara el velo de la cara y procediera a besarla. Luego, el recorrido de la pareja en un coche de caballos por las calles sevillanas, y la ofrenda del ramo de novia al son de la Salve rociera fueron el delirio.
Era un hecho que la pareja se casaba muy enamorada. Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada, cuarto hijo de la condesa viuda de Ripalda, era por entonces un discreto economista que trabajaba en la banca parisina y nada hacía presagiar su pasión por las pasarelas y la alta costura, que más tarde le valdría el sobrenombre popular de Duque de Lujo. Tras dos años en París, donde se habían conocido siete años atrás, el matrimonio fijó su residencia en Madrid. Y allí nacieron sus dos hijos. El simpático y travieso Felipe Juan Froilán, conocido en toda España por su tercer nombre, y primer nieto de los Reyes, vino al mundo el 17 de julio de 1998, y su hermana, Victoria Federica, el 9 de septiembre de 2000.
Padres de dos hijos sanos y felices, la vida parecía sonreír a Jaime y Elena. Juntos asistían a reuniones y fiestas de alta sociedad, y él pasaba por ser su principal consejero en materia de moda, hasta el punto de que muchos le consideran responsable del cambio estético que llevó a la Infanta a convertirse en una de las mujeres más elegantes de Europa. Pero en diciembre de 2001, el duque de Lugo sufrió una isquemia cerebral mientras practicaba deporte y a partir de ese momento todo cambió para la pareja. Jaime, que desde entonces padece limitaciones de movilidad, tuvo seis meses después una recaída y se especuló con que incumplía las prescripciones facultativas. A la lista de desgracias se sumó el aborto espontáneo que sufrió la Infanta en junio de 2003. La pareja fue objetivo frecuente de la prensa del corazón en esa época y acabó trasladando su residencia a Nueva York, donde residieron once meses, en un intento de que Jaime siguiera allí un estricto tratamiento de rehabilitación.
Vacaciones por separado
Desde entonces, los rumores de crisis en el matrimonio han sido frecuentes. La asistencia por separado de ambos cónyuges a actos sociales, y especialmente la constante presencia de Jaime de Marichalar en las pasarelas internacionales, casi siempre acompañado por amistades del mundo de la moda y de la prensa del corazón como Naty Abascal, abonaban aún más la teoría de una separación encubierta.
Pero quizá la imagen más reveladora se produjo este verano cuando Elena, sin su marido, acompañó a su hermana, la Infanta Cristina, a la que ahora está más unida que nunca, y a la familia de ésta, en unas vacaciones por Croacia y Montenegro. Pese a todo, la hija mayor de los Reyes ha continuado siempre cumpliendo con sus obligaciones como representante de la Corona en numerosos actos oficiales, unas veces junto a Jaime de Marichalar y otras sin él, y ha mantenido una intensa actividad laboral, como la desarrollada como maestra infantil en el colegio donde estudian sus hijos. Según establece la Constitución de 1978, Elena ocupa el cuarto lugar en el orden de sucesión a la Corona española, después de su único hermano varón, el príncipe Felipe, y las dos hijas de éste, las infantas Leonor y Sofía
Jaime de Marichalar pertenece a una aristocrática familia castellana, vinculada desde antiguo a la Monarquía. Su abuelo, Luis de Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, fue ministro durante el reinado de Alfonso XIII y alcalde de Madrid a principios de siglo. Su padre, Amalio de Marichalar, comandante de artillería, murió prematuramente en 1979. Su familia reside en Madrid, aunque pasan temporadas en Soria, donde son propietarios de la finca Garrejo, donde se descubrieron las ruinas de Numancia. Cuentan ahora que Jaime ha opuesto una resistencia numantina a su separación matrimonial, pero que finalmente ha cedido.