Batalla subterránea
Por algo se empieza, pero todos sabemos cómo se acaba. Una certera cuchillada en el corazón de un muchacho menor, de 16 años, que es una edad para no saber con certeza lo que se quiere, nos ha proporcionado el primer caído, devolviéndonos a más oscuras épocas. ¿No tenemos remedio? La batalla del Metro madrileño, calificada de campal, aunque el campo estaba al norte, disfrazado de asfalto, es la de siempre: uno contra otros o, para ser más precisos, los mismos contra los mismos. En su Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, el gran Fernando Savater anuncia que su libro es un antídoto contra los dos peores venenos de la política: «la estupidez de derechas y la estupidez de izquierdas». Lo peor de esa violenta estulticia, que al parecer es no sólo congénita, sino hereditaria, es que es una flor maldita que requiere ser regada con sangre.
Actualizado: GuardarNo es una exclusiva nuestra. El célebre actor Robert Redford, ex galán, acusa a su país de haber mandado a morir a jóvenes por «una mentira colosal, monstruosa». Se necesitan tiempos de paz para hacer el recuento de los muertos. El monumento a los caídos en la guerra de Vietnam es un buen libro de contabilidad. Allí, entre muertos y desaparecidos, dejaron de tomar cocacola 58.256 muchachos. En Irak las bajas ascendieron a 3.860. En Afganistán, aunque aún es pronto para hacer números, los estadounidenses han perdido a 455 compatriotas. Coinciden estas esquelas con las declaraciones de Jacques Diouf, secretario general de la FAO, que asegura que para acabar con el hambre necesita sólo el 2 por ciento del gasto militar del mundo. ¿Qué desastre el mundo! No sabemos si está dejado de la mano de Dios o jamás ha estado sujeto por ella. Lo que sabemos es que una criatura de menos de 16 años ha muerto en una trifulca entre grupos de «ideología opuesta».