LECHE PICÓN

Veinticinco años

Este año 2.007 es, para servidor, año de conmemoraciones. Veinte años de casado cumplí. Treinta años desde que acabé C.O.U. Y veinticinco años de la primera Promoción de la Facultad de Derecho de Jerez, de la que formo parte. ¿Veinticinco años, Dios! Que parece mentira que ya haya pasado tanto tiempo desde el Mundial de España, desde la inauguración del AVE, desde la Guerra de las Malvinas, desde la incorporación de España a la OTAN, desde la Expo de Sevilla, desde la victoria de Felipe González, desde la Guerra ruso-afgana o desde la apertura de la verja de Gibraltar. Acontecimientos todos ellos que acaecieron en aquel año 1.982 en que un grupo de jovenzuelos abandonaba para siempre la senda cándida de los estudios para adentrarse en el camino espinoso de la vida profesional.

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Fue una época convulsa en todos los órdenes sociales. Los mandatos constitucionales comenzaban a asentarse en el resto de leyes y reglamentos. Había sido promulgada la Ley del Divorcio, con lo que supuso entonces de crispación en ciertos sectores de la sociedad. España se recuperaba a duras penas del intento del golpe de Estado del año anterior. El partido socialista desbancaba a una UCD en proceso de desmembración y se temía por cómo determinadas instituciones reaccionarían ante esa victoria electoral. Y aquí, en Jerez, por fin, existía una Facultad de Derecho, cinco años de licenciatura que iban a evitar que muchos de nuestros jóvenes dejaran la ciudad tal vez para siempre. No todos los ámbitos universitarios y laborales aceptaron con complacencia la existencia en nuestro pueblo de una Facultad, y aún recuerdo aquelllos anuncios en que, ofertándose puestos de licenciados en Derecho, se añadía la siguiente coletilla: «absténganse licenciados en Jerez de la Frontera y La Laguna». Era la forma en que ciertos intransigentes reaccionaban ante ese hecho que no asumían. Porque, además, no había razón para ello, ya que los catedráticos y profesores de nuestra Facultad -los añorados Jordano, Clavería, Muñoz Conde, Navarrete, Martínez-Gijón, Illescas y un largo etcétera de los que sólo Rafael Padilla y Luis Felipe Ragel permanecen hoy en el claustro jerezano- eran de los más prestigiosos del panorama nacional.

El pasado sábado, ese grupo de jovenzuelos hemos vuelto a reunirnos en nuestra Ciudad. Con más años, más canas pero idéntica ilusión. Y con justificado orgullo hemos podido constatar que hay entre nosotros cuatro Magistrados, un Viceconsejero de la Junta, cinco Secretarios Judiciales, varios Funcionarios de primera, un ramillete de Procuradores y algunos de los más señeros Abogados de la provincia, con perdón de la inmodestia. Y de nuevo hemos podido comprobar que la amistad no depende de cosas como el espacio o el tiempo y que la vida sin amistad es un desierto.

La vida ha sido generosa con nosotros. No sólo porque aún estemos todos quienes integrábamos aquella primera Promoción de la Facultad de Derecho de Jerez, que lo estamos, sino porque se notaba en los rostros y en las palabras que, volviendo la vista atrás, había más recuerdos dichosos que frustraciones, más ilusión que desesperanza, más emoción que melancolía. Y oyendo al profesor Padilla en el magnífico discurso que pronunció durante el entrañable acto con que nos agasajó la Facultad -con imposición de beca y entrega de diploma-, más de uno fuimos conscientes de cúanto debíamos agradecer a la vida su generosidad, de cómo para sentirse triunfador sobran el dinero y las cosas materiales, de cuán privilegiados debemos sentirnos al ejercer la profesión que amamos.

Hoy, en mi listado de correos electrónicos, hay sesenta nuevas direcciones. Son las de mis viejos amigos, mis compañeros de Facultad, con quienes el tiempo me ha vuelto a reunir en un día glorioso lleno de emociones y recuerdos. Recuerdos que insuflan vida y que animan a seguir viviendo, porque te hacen ver que en cualquier recodo del camino puedes volver a encontrar lo que creías perdido para siempre.