HOMENAJE. Monumento en el cementerio de Alcásser erigido en recuerdo de las jóvenes asesinadas.
ESPAÑA

Primero el silencio y luego el dolor

Quince años después del estremecedor asesinato de las niñas de Alcásser, la acusación popular pide que Interior reactive la búsqueda del huido Antonio Anglés

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Miriam, Toñi y Desirée. Desde hace 15 años, estos tres nombres sitúan a los valencianos en una población: Alcásser. El próximo martes se cumplen tres lustros de la desaparición de las adolescentes. Muchos habitantes del pueblo viven con el recuerdo guardado en un cajón de la memoria; sin embargo, los familiares directos y los amigos de la familia se enfrentan a días muy duros. «Los primeros años fueron difíciles, pero gracias a Dios el tiempo pasa y ayuda a seguir viviendo», explica un vecino. «Cuando dices que eres de Alcásser es habitual que te recuerden lo que pasó, y eso a nadie le gusta» señala otro.

El viernes 13 de noviembre de 1992, Miriam García, de 14 años, al igual que Desirée Hernández, y Antonia Gómez, de 15 años, fueron vistas con vida por última vez en una gasolinera a la entrada de Picassent. Se dirigían a una discoteca. Nunca llegaron. Un vehículo las recogió. «Las familias de las niñas comenzaron a llamarse entre ellas esa misma noche. A primera hora de la mañana del sábado se movilizaron y antes del mediodía la voz de alarma recorrió todo el pueblo», recuerda Julio Chanzá, concejal en ese momento y alcalde de Alcásser de 1995 a 2005.

La primera reacción de los vecinos cuando oyen hablar de 'las niñas' es el silencio. Una ausencia de palabras y una profunda respiración. «Forma parte del pasado», «el tiempo ayuda a seguir viviendo», «prefiero pasar página», son las palabras que políticos, vecinos y un familiar de una de las víctimas utilizan para empezar a darle voz a los recuerdos de aquel triste final de 1992.

En algunos casos, como el de la Asociación Clara Campoamor, que ejerció la acción popular en el juicio, no sólo recuerdan sino que continúan buscando. «No hemos abandonado, seguimos investigando, ¿dónde está el evadido?», señala Blanca Estrella, presidenta de la asociación. El evadido es Antonio Anglés.

Pasar a la acción

«Hemos pedido al Ministerio del Interior que se vuelva a colocar su foto en los aeropuertos y se renueve la orden internacional de busca y captura. No sentiremos que se ha hecho justicia hasta que se encuentre al otro autor material del triple asesinato», explica Blanca, una de las voces que no quiere, o no puede, olvidar.

Recuerdan a las tres niñas, al evadido y a Miguel Ricart, condenado en septiembre de 1997 a 170 años de cárcel como autor de tres delitos de rapto, cuatro de violación y tres de asesinato. En noviembre de 2003, Ricart iba a lograr la aplicación del segundo grado concedido por la jueza de vigilancia penitenciaria de Herrera de la Mancha. La presión popular generó sus frutos. Ricart sigue en prisión.

«El impacto fue el normal, el dolor fue enorme, pero proporcional al que han vivido otras sociedades cuando son castigadas por la tragedia», señala José Gil, psicólogo municipal del pueblo. «Igual que los neoyorquinos vivieron conmocionados durante semanas después del atentado de las Torres Gemelas, los vecinos de esta localidad de 7.500 habitantes estaban muy dolidos, proporcionalmente es una situación similar», explica Gil, quien asegura que, salvo el lógico dolor de los familiares «los demás hacen su vida sin fobias ni secuelas». Hay una excepción a esta normalidad, según reconoce el propio Gil: «cuando en algún sitio dices que eres de Alcásser es habitual que te recuerden lo que pasó, y eso es algo que a nadie le gusta».

Durante los dos meses y medio que pasaron entre la desaparición de las adolescentes y la aparición de sus cadáveres, la población se movilizó e hizo suyo el dolor de los familiares.

Necesidad de no remover

Cientos de personas, llegadas de toda la Comunidad Valenciana, se unieron a lamento del pueblo y su clamor cuando pedían justicia. El entierro de Miriam, Toñi y Desirée fue un multitudinario y emotivo desgarro de una población que sufrió profundamente.Todas las cadenas de televisión, con sus grandes estrellas a la cabeza cubrieron la desaparición de las niñas de manera tan exhaustiva que los residentes han terminado saturados de los testimonios de dolor, teorías, denuncias, elucubraciones e insinuaciones que se vertieron en torno a la tragedia.

«En los medios de comunicación se habla del 'Efecto Alcásser', y es triste que una situación tan dolorosa termine marcando a un pueblo», indica Julio Chanzá, quien asegura sentir actualmente «una gran decepción porque todos los culpables de aquello no hayan pagado».

«La gente tiene la necesidad de no remover las experiencias de aquellas fechas», reflexiona Chanzá, quien, no obstante, matiza que los recuerdos son a veces inevitables «porque siempre, un día u otro, te encuentras con alguien de las familias, y el dolor no se puede evitar».

Alcásser es un pueblo que se recorre en coche en apenas cinco minutos. Los vecinos se conocen, las familias se conocen, el dolor ajeno no pasa desapercibido. «Esto es un lugar pequeño y, por tanto, todo nos afecta a todos de alguna manera», comenta Liberto Hernández, que entonces participó en la búsqueda de las niñas y ahora es concejal.

«El tema de las niñas de Alcásser no es bien recibido en el pueblo, y cuando llegas, una vez te das cuenta de que a nadie le gusta comentarlo, terminas por guardar un respetuoso silencio», reflexiona Juanjo, que vivió durante varios años en la localidad antes de volver a mudarse a Valencia.

«Forma parte del pasado, de un pasado muy lejano. Las adolescentes salen de noche normalmente, y la gente del pueblo hace su vida sin darle más vueltas al asunto. A sus familiares, lógicamente, les duele y les dolerá toda la vida, pero los demás viven las noticias de este asunto con hartazgo», dice Juan, un vecino del pueblo.

La discoteca Coolor, el lugar hacia el que se dirigían Miriam, Toñi y Desirée, es un terreno ocupado de manera parcial por un supermercado, mientras que el resto del solar será próximamente urbanizado para construir viviendas. «El pueblo se conmocionó, en las batidas participó muchísima gente», recuerda Liberto Hernández, que por entonces, como miembro de Cruz Roja, se sumó a un desesperado registro de cualquier rincón.