Prever el futuro
Los buenos gestores públicos saben planificar el futuro en función de los intereses generales que les son confiados. A veces, la satisfacción adecuada de esos intereses exige una programación a largo plazo; sin embargo algunos gobernantes tienden a proyectar la inversión de los recursos públicos en periodos reducidos de tiempo con la intención de recoger, lo más pronto posible, los correspondientes réditos políticos. La planificación apresurada de los proyectos y sobre todo su ejecución acelerada pueden tener consecuencias muy negativas. «Chi va piano va sano e va lontano, chi va forte va a la morte», dicen los italianos. «Vísteme despacio que tengo prisa»; «no por madrugar amanece más temprano» o «las prisas son malas consejeras» decimos los españoles. No sé si esta filosofía popular que encierran los refranes puede explicar el desastre de las obras del AVE en Barcelona; sería una osadía por mi parte afirmarlo sin más, pero desde luego una parte de la opinión pública lo atribuye a una falta de previsión y a una actividad precipitada. En Andalucía, hace años, sucedió algo parecido con la autovía A-92 que cruza de este a oeste el territorio andaluz. Una obra que por su importancia tendría que ser emblemática y convertirse en un símbolo del trabajo bien hecho que desmitifique tantos clichés absurdos que recaen sobre los andaluces se convirtió casi en una chapuza por la pretensión de terminarla antes de la inauguración de la Expo 92.
Actualizado: GuardarPrever por donde pasa el futuro de un pueblo o de una ciudad es importante. Esta reflexión me viene a la memoria porque estoy firmemente convencido que la puesta en servicio del nuevo puente y el desarrollo del polígono industrial de Las Aletas van a provocar y fortalecer una importante reordenación de las actividades económicas en el ámbito de la bahía e incluso es probable que desborde los planeamientos urbanísticos existentes. No sería sorprendente que se quisiera optimizar la gran capacidad de los astilleros de Puerto Real para aprovechar las sinergias que generen las distintas factorías navales actuando conjuntamente. Se potenciaría en la comarca una industria naval competitiva capaz de generar más puestos de trabajo. Para entonces y en el supuesto de que eso ocurriera -de momento no es más que una elucubración- habría que estar preparado y tener muy claro el destino del único suelo disponible que quedaría en la ciudad. Y ese destino, con carácter preferente, no puede ser otro que el de la creación de empleo y riqueza. Otras ciudades marítimas, españolas y extrajeras, en circunstancias similares a la nuestra, han transformado con éxito para sus economías zonas indústriales profundamente deterioradas. En Cádiz lo hicimos y no dio mal resultado. Ha sido una primera experiencia de aprovechamiento de suelo industrial ocioso que puede mejorarse sensiblemente. La fachada marítima que da al interior de la bahía puede dar aún mucho juego. La bondad del modelo está contrastada internacionalmente. Es cuestión de hilar fino y de aplicar el tratamiento más idóneo.