El paro y sus mitos
Llevábamos tanto tiempo oyendo hablar de la adaptación de la oferta a la demanda en el mercado laboral gaditano, de la necesidad de formar a la gente para ayudarle a salir del paro -aquello de enseñar a pescar en vez de dar un pez- que creíamos que ya estaba más que hecho. Han sido tantos años de reconversiones, de cierres de empresas, de cargar el farol rojo de las encuestas del INEM, del SAE, de la EPA, que pensábamos que los múltiples análisis y discursos que habíamos oído se habían traducido -o eso se nos decía- en medidas, «en planes de acción concretos que eran implementados a la mayor rapidez», por usar el lenguaje oficial que resulta, por cierto, tan bananero. Bien es verdad que seguíamos sin mejorar en la última línea, en los resultados totales, pero eso siempre tenía una explicación: es que se incorporan muchos jóvenes recién licenciados, es que se acaba la temporada turística, es que las mujeres están ahora en masa queriendo ir a trabajar, es que hay más gente en el mundo, es que asistimos al fin del pleno empleo...
Actualizado:El parado aquí siempre ha estado bajo sospecha, reconozcámoslo. Parecía inexplicable que con una tasa de desocupados de hasta el 24% de la población activa no se viviera una auténtica revuelta social. De modo que, como las calles estaban tranquilas y se veían las terrazas de los bares llenas, estaba claro que la gente vivía tan ricamente de sus «chapús» y hasta se contaba que cuando iban a buscarles del INEM amenazaban a los funcionarios para que dijeran que no les habían encontrado; por lo tanto, estaba claro que el paro en realidad no era tal problema, sino que nadie quería trabajar, que se conformaba con la paguita de la ayuda familiar, la economía sumergida, la caña de pescar, etc.
La inserción laboral a través de cursos de formación se planteaba como la solución, aunque era un secreto a voces que su aprovechamiento resultaba escaso y se habían convertido en un cierto paripé para pagar subsidios sin que lo parecieran, cuando no habían desembocado en corruptelas o, directamente, en corrupción perseguida penalmente, hasta con gente en la cárcel, por desviación de fondos, alumnos inexistentes, etc. En Cádiz, si recuerdan, queda un caso en los Juzgados, pendiente de resolver.
La bomba que arrojó el otro día, quizá sin proponérselo, el comité de empresa de Navantia, estalla en las manos de las administraciones, pero también de los empresarios y de los sindicatos, porque la formación para el empleo forma parte del Pacto Social .
Por si fuera poco, nos encontramos ante la posibilidad cierta de que la ola de creación de empleo que se anuncia, el gran momento de la provincia de Cádiz, no se traslade como debiera al mercado local del empleo, que al final no disminuyan las listas del SAE, no mejore la economía doméstica en los hogares gaditanos y sigan condenados a la paguita, al «chapú», a la sospecha.
Hay previstos hasta tres mil puestos de trabajo en Navantia, el nuevo y gran barco de Dragados Offshore y su muelle, el segundo puente, la ampliación de la aeronáutica, la llegada de nuevas industrias tras el cierre de Delphi, respecto a lo cual se espera un «importante anuncio» antes de fin de mes; la creación de empleo que propicie el Plan Industrial aprobado por el Gobierno; a medio plazo el Parque de Las Aletas, la ampliación del puerto de Cádiz... Es preciso, urgente, imprescindible no perder la ocasión y, en este caso, la pelota está no sólo en el tejado de la administración, que debe asumir su parte y empezar por pagar a las academias, sino también sobre el de los agentes sociales, que han de demostrar que su pregonado entendimiento y buen clima es algo más que un pacto de intereses y que saben estar a la altura de las circunstancias, con eficacia, sin excusas.
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