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La murga del currelante

Con esa voz susurrante y ronca, como de querer acostarse con todo el auditorio, Carlos Cano presentaba La Murga de los currelantes en el Pemán. Eran los últimos años 80, y entonces como ahora, reconfortan sus irónicas palabras: «Dicen que viene una crisis económica gorda, grande, terrible hay quién está asustado. Esta canción para la gente normal, para los que ya estamos acostumbrados porque vivimos en una crisis económica desde que nacimos». Esa introducción fue tan certera que conserva intacta su vigencia dos décadas después y calienta, como una manta de las que resbalan, cuando acaba una semana llena de amenazas sombrías que han agotado las, ya escasas, reservas mundiales de Lexatín. El petróleo se acabará en 2015 porque a los chinos y los hindúes les ha dado por comprarse vehículos a motor (qué insolidarios ellos, no como nosotros, que vamos a todas partes andando). El crecimiento económico español se frena, incluso puede que tropiece y se pegue un bocazo. El Parque de los Alcornocales se va a convertir en decorado para películas del espacio y del oeste. Los precios se disparan porque, por lo visto, podían subir más. La construcción se frena y los pisos ya no se venden tan rápido. Qué pena, con lo bien que nos iba a todos comprando apartamentos sin parar. Esta «desaceleración» inmobiliaria multiplica el paro. Al parecer, en algunos lugares de España había bajado mucho. ¿Cómo lo harán?

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Así funciona. Cuando se construye a saco (o a saqueo), los currelantes de la murga apenas tienen aliento para pagar la hipoteca. Cuando ya no se construye al mismo ritmo, los mismos pringados acaban desempleados.

Y es que, por lo que cuentan, hasta ahora, éramos ricos y no lo sabíamos. Pero vamos a dejar de serlo y, de eso, seguro que nos vamos a enterar. España es la octava potencia económica mundial (aunque en Cádiz vivimos, casi, como cuando éramos el culo del planeta), pero ahora viene la crisis, el apretón, el arrechucho. Vienen curvas para los que tengan dinero, propiedades o intereses pero, calma, las negociarán bien. De hecho, cuantas más desgracias anuncian, más sube la bolsa. Son como aquel Parker Lewis, nunca pierden.

Los demás, los que más, ya estábamos en crisis, Vivimos en una curva infinita. Los asalariados, pensionistas, autónomos y profesionales medios ya padecen un incremento brutal de precios desde que un café pasó de costar 80 pesetas a un euro con sólo 24 horas de margen. Los de a pie, los de Carlos Cano, ya tienen el hábito de temblar desde que los pisos pasaron de costar 12 kilos a 40, en dos veranos. A los ciudadanitos de las encuestas les va a preocupar poco lo de la gasolina, total, siempre echan diez euros. Si no hay crudo (qué buen nombre), con un poco de suerte, incluso se extinguirán los ciclomotores de la faz de la tierra. Lo que viene a ser la peña, tampoco notará mucha diferencia con la recesión, porque lleva cobrando los mismos 40.000 duros desde 1995, cuando todo costaba tres veces menos. Así las cosas, el nuevo fin del mundo nos coge bastante entrenados. Si cuando nos sobra el dinero, la tele está llena de anuncios de prestamistas que ofrecen panoja rápida y fácil, «con sólo telefonear», cuando dejemos de tener pasta, simplemente habrá que llamar más veces. Todos tenemos un móvil. O dos.



Plaga de cretinos



Hablando de Carlos Cano. Habría resultado interesante oir su opinión sobre Alejo Vidal-Quadras, un eurodiputado del PP que lleva unos días dedicándose a ridiculizar a Blas Infante. Le ha llamado de todo, pero lo que más ha sonado es lo de «cretino» (palabra con la que un enorme amigo califica a la mitad de los periodistas que ejercen en Cádiz). Los andaluces que han leído algo sobre la vida y obra de su único referente nacionalista (que son centenares de miles) deben de estar indignados.

El abogado de Casares, probablemente, compartía la misma necedad que cualquier nacionalista (los españoles, también), lo que pasa es que es más fácil meterse con uno andaluz (donde esa corriente política pesa menos que una modelo de pasarela) que analizar el legado ideológico de Sabino Arana (con textos propios de un neanderthal cateto y racista) o Lluis Companys, por ejemplo. ¿Qué habría pasado si el valiente Alejo hubiera dicho lo mismo de algún tótem del PNV, de Esquerra o Convergencia? No lo sabremos, no se atreverá. Con Blas Infante es más sencillito, total, a nadie le importa. Apenas sabemos de él que llevaba gafas redondas y que le fusilaron en una cuneta.



El mosqueo de Jordi



Sin salir del maravilloso universo de los que creen que eligieron donde les tocó nacer, Jordi Pujol dice que a los catalanes les desprecian los taxistas de Madrid. Conozco yo unos cuantos de Cádiz que miran mal a todo el mundo, sean de donde sean, pero si lo que viene a decir es que hay sentimientos de rechazo basados en prejuicios y tópicos, cabe recordar que aún hoy, cuando alguien habla con acento andaluz más allá de Toledo, mucha gente se echa mano a la cartera, agarra el bolso o saca el contador de la pereza subvencionada. Si le fastidian algunas etiquetas, a Parla. Los demás llevamos nuestro saco como podemos. Cuando un andaluz, que se lo haya ganado, pueda trabajar en la administración, en la universidad o en los medios de Cataluña y País Vasco (a la inversa hay miles de casos), Pujol tendrá derecho a quejarse. Mientras, en el norte tienen menos motivos de lamento, aunque la estupidez sea la misma en todas partes. «Demasiado pronto para que un charnego sea president», ¿recuerdan?. No fue un taxista en privado. Fue un ministro, en acto público.



Reserva españolista



Menos mal que nos queda ese elemento ejemplarizante de cohesión y compromiso que es la Corona. La visita de los Reyes a Ceuta y Melilla (esas dos ciudades en las que todo el mundo sueña con pasar algún tiempo) ha permitido descubrir una reserva de españolismo insólita por la frontera natural y marinera que existe, en circunstancias difíciles, en plena crisis diplomática. Ellos sí que son españoles, quieren serlo. Pero alguien con mala baba, me despierta: «Claro que quieren ser españoles, recuerda la alternativa que tienen. Mira a los gibraltareños, tienen que elegir entre ser españoles o británicos y ya ves».



Huelga de palabras



Sin dejar el territorio de la maldad, esta semana, un colega me pregunta: «¿Sabes si Jorge Moreno ha ido a trabajar al Ayuntamiento estos días?». Le contesto: «Claro ¿por qué no iba a ir?». Como el que no quiere la cosa, añade: «No sé como hay huelga de guionistas».



Curso de buen gusto



Modesto Barragán y muchas de las personas que trabajan con él (Manzorro, Casal, Pérez, Santana, Barceló...) parecen, a menudo, un ejemplo de buen gusto, no como lo entienden Ignacio Casas, el Hola ni las tiendas gourmand y sí con las relaciones personales en el mejor de los sentidos. Tienen la facultad de alegrar a casi todos y ofender a casi nadie, lo que resulta difícil desde la responsabilidad que afrontan. La presentación de la programación carnavalesca de Canal Sur fue una delicia por marco, por contenido y por recuperar Las ruinas romanas de Cádiz, una de esas chirigotas que obtiene el sagrado premio de la memoria popular, ajeno del todo a las distinciones del Falla. «En el Norte, los del Norte, tienen una condición, que en el Sur no la tenemos, en el Sur, a los del Sur, puede ser que nos importen, las cosas un poco menos». Ni Blas Infante.