Editorial

Cumbre eficaz

La inusual reconvención del Rey al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por su falta de cortesía institucional y el abandono momentáneo por parte del Monarca del plenario de la XVII Cumbre Iberoamericana, molesto por las reiteradas críticas vertidas contra el empresariado español, marcaron ayer la clausura de un encuentro en el que han aflorado posiciones divergentes sobre el modo de afrontar el desarrollo de la región. La inédita imagen de Don Juan Carlos amonestando a Chávez, después de que éste insistiera en tildar de «fascista» al ex presidente Aznar, y las palabras de Rodríguez Zapatero reprobando la actitud del mandatario venezolano reflejan el grado de tensión que éste había introducido en el cónclave. Una estrategia recurrente con la que Chávez trata de reforzar su protagonismo como líder de los nuevos movimientos populistas del continente, contraponiendo su radicalismo político a los objetivos en materia de cohesión social promovidos en esta cumbre. Las diferencias no empañan, sin embargo, la configuración de la misma como un foro de eficiente multilateralismo, que debería evaluar su constitución futura como una organización internacional con instituciones propias.

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Los mandatarios reunidos en Santiago de Chile han discutido de forma muy directa y franca sobre el asunto que, dentro de su enorme diversidad, más debe inquietar a los iberoamericanos: la manera de reducir las profundas desigualdades sociales y, por lo tanto, de mejorar las prácticas del buen gobierno y el diseño de políticas públicas. El debate se ha concretado en un Plan de Acción y una serie de programas que pondrá en marcha la Secretaría General Iberoamericana, a partir de la premisa de que la cooperación transnacional y la integración regional deben ir indisolublemente unidas a una agenda concreta de iniciativas sociales, como las garantías para las cotizaciones de casi seis millones de inmigrantes. Es precisamente la elección del desafío de la cohesión como eje de la cumbre la que permite restar argumentos al caudillismo de Chávez y su determinación de conformar un preocupante polo de contrapoder frente a los gobiernos de la región más centrados política e ideológicamente. Es en ese escenario de progreso en democracia en el que Rodríguez Zapatero ha defendido, frente a los reproches de Venezuela y otros países como Argentina o Nicaragua, el esfuerzo inversor -100.000 millones de euros- efectuado por los empresarios españoles, al tiempo que ha vuelto a comprometer a España en el desarrollo de un área del planeta a la que nos unen estrechos lazos políticos, económicos, culturales y sentimentales. La cumbre ha resultado así eficaz para que los ejecutivos moderados de Latinoamérica hayan confrontado el proyecto bolivariano auspiciado por Chávez con un modelo de bienestar social equilibrado, que requiere la transformación de las elites dirigentes pero sin que el proceso de cambio pueda impulsarse nunca en detrimento de las libertades o conculcando derechos fundamentales.