EL COMENTARIO

América, América

La evocación americana tiene pocos adeptos en este país. Y la razón es fácilmente comprensible: primeramente, el franquismo, tan aislado, convirtió Hispanoamérica en el único ámbito de su política exterior y desarrolló sobre él sus decadentes y nostálgicas pretensiones imperiales; más tarde, ya con la democracia, España no consiguió hasta muy tarde vaciar de retórica y llenar de contenidos intelectuales y materiales aquella preciosa relación, que tiene hondas raíces históricas y culturales y que sin embargo no puede ser creativa y fecunda si no se actualiza y se llena con los elementos políticos y económicos que puede darle sentido y operatividad. De hecho, el hilo conductor de la relación iberoamericana se consiguió establecer en torno a 1992, cuando se instauraron las cumbres multilaterales anuales y -y este hecho fue decisivo- España pasó de ser país receptor de flujos de cooperación al desarrollo provenientes de los países ricos a donante de tales fondos. Fue por aquel entonces -en un momento en que paradójicamente entrábamos en una fase descendente del ciclo económico- cuando España cobró conciencia de estar convirtiéndose en una potencia mundial y se dispuso a activar los mecanismos de la cooperación al desarrollo mediante la potenciación de la joven secretaría de Estado y de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI, recién reformada.

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Las cumbres, iniciadas realmente en 1991 y financiadas siempre por España, tardaron en dar frutos, pero el hecho mismo de que se celebraran anualmente era del germen de un proceso que había que cuidar para que poco a poco echara sus raíces integradoras. Los modelos foráneos -la Commonwhealt y la Francofonía- no eran un dechado de virtudes, por lo que todo debía improvisarse. Hace dos años, en la cumbre de Salamanca, se dio un paso trascendental: la creación de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), una institución permanente, encarnada por una personalidad del prestigio de Enrique Iglesias, que ha sido el fundamento de una nueva visión del proceso, cada vez más vacío de retórica y más cargado de contenido.

Este camino razonable auspiciado por España se enfrenta con el problema de un continente desestructurado, con tremendos desequilibrios sociales -hay más de 200 millones de pobres- y afectado por el desprestigio de las políticas y de los políticos liberales que, lejos de haber trabajado honradamente por el desarrollo de los pueblos, han sido focos de abuso y corrupción. En coherencia con esta situación, han surgido aventuras heterodoxas que hoy forman una pintoresca y peligrosa excepcionalidad.

Por fortuna, frente a este socialismo autoritario, folklórico y caribeño, se ha alzado en el continente otra izquierda mucho más constructiva y esperanzadora, que es la representada por Lula en Brasil y por Kirchner en Argentina, respetuosa con las reglas económicas de los mercados globales y, según se ha visto, capaz de levantar a sus respectivos países de la postración y de situarlos a una admirable velocidad de crucero hacia la prosperidad. La coyuntura es sin embargo complicada porque los demagogos ejercen siempre gran atractivo sobre las masas depauperadas, por lo que no será fácil convencer a los iberoamericanos de que los experimentos alocados como los del histrión Chávez sólo encontrarán a su término decepción y más miseria. De cualquier modo, habrá que conllevar esta contrariedad y que contrarrestarla por el camino dificultoso de la cooperación, en el que nuestro país debe ser el adelantado de la Unión Europea.