Noches de gañanía
En las innumerables horas de entrevista que tuve la suerte de mantener con el siempre recordado maestro del cante, Manuel Soto para la publicación de mi primer libro Sordera, la Elegancia del Duende, la memoria histórica del personaje me permitió profundizar en el maravilloso mundo de los cortijos de la campiña jerezana. El flamenco, desde sus primeras manifestaciones, se ha expuesto ante el público de múltiples maneras, pero, tal vez el cante, como expresión íntima que operó de germen para la posterior difusión del flamenco, tuvo mucho que ver con aspectos de convivencia del pueblo cantaor en la intimidad, sin que esto quiera reabrir el debate de etapa hermética.
Actualizado: GuardarLo cierto es que muchísimas familias gitanas, sobre todo en el área comprendida por los campos de Lebrija y Jerez, trabajaban de sol a sol en estas vastas extensiones agrícolas y ganaderas. Los días de fiesta, algunas noches a la luz del fogarín y, sobre todo, las peonadas interrumpidas por la lluvia, eran propicias a que los trabajadores se refugiaran en la gañanías, lugar destinado en el cortijo para el descanso del personal. Allí, aparte de la no abundante comida, patriarcas y herederos llenaban las largas horas de la temporada cantando y bailando, más como rito, como elemento ante la adversidad que como distracción puramente.
«El cante era nuestro alimento». Esta frase regalada por Sordera la destaco de toda la obra reseñada. Un alimento espiritual que convertía el lúgubre escenario de la caída de la tarde en un brillante escenario de vivencias personales. A veces, el más viejo llamaba a todos a la luz de la candela para contar historias que le habían transmitido sus antepasados en forma de romances o corridos, otras recibían la visita de algunos primos de una explotación cercana y el cante soldaba a fuego el parentesco, otras, incluso se hacían simulacros de casamientos que terminaban en bodas reales o simplemente bastaba que alguno se arrancara para encender la conciencia colectiva de un pueblo que cantando olvidaba sus penas. Todos los supervivientes destacan la autenticidad de aquellas escenas únicas, que les hacía sentirse libres. Estela Zatania con sus Flamencos de gañanía refleja con rigor un capítulo escondido por la flamencología pero que se me apura tan importante como el que más. Enhorabuena.