CONVALECIENTE. José Antonio se recupera en casa de sus padres. En la foto se aprecian sus lesiones / FRANCIS JIMÉNEZ
CÁDIZ

«No dejaban de golpearme; creí que me iban a matar»

LA VOZ habla con José Antonio Pérez, el joven de 31 años, ingeniero de Telecomunicaciones, que perdió un ojo tras recibir una brutal paliza

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José Antonio no olvidará el puente del Pilar. Cada vez que se mire al espejo recordará aquel mal día en que salió de cena con su hermano, al que no veía desde hacía semanas. Este joven ingeniero de Telecomunicaciones, de 31 años, trabaja en Málaga y había venido a pasar unos días con la familia. Tres semanas después de la brutal agresión que le provocó la pérdida de un ojo y graves lesiones -tiene fracturado el tobillo por varias partes y le quedarán secuelas- aún su cuerpo presenta un tono morado fruto de los golpes que sufrió por un simple cigarrillo. «Pero estoy, que es lo importante», añade con dificultad en el habla, ya que los calmantes y pastillas que necesita para dormir lo tienen prácticamente todo el día atontado.

«Los dolores de cabeza de las patadas que me dieron son insoportables, y los mareos. No me encuentro bien y eso es lo que más me asusta», explica antes de contar a LA VOZ lo que sucedió ese día: «Había salido con mi hermano y después de cenar me comentó la idea de ir a La Punta. Yo no suelo salir, vivo en Málaga, tengo mi trabajo y mi novia, con la que estoy reuniendo para casarme, pero como mi hermano está preparando oposiciones para la Policía Nacional, dije, bueno, así se despeja y hablo con él, que hacía tiempo que no lo veía, al vivir en ciudades distintas».

Lo que iba a ser una salida nocturna para conversar se convirtió en una pesadilla: «En La Punta me encontré con dos amigos, a los que hacía tiempo que no veía. Decidimos irnos de allí para charlar más tranquilamente y buscar un lugar para desayunar. Mi hermano David y yo habíamos ido en moto y mi amigo tenía el coche aparcado en la plaza de Sevilla. Le dije que se fuese con mi otro amigo en moto y que yo acompañaba a Juanma para coger el coche y así por el camino nos poníamos al día», prosigue el relato, mientras se toma una pausa para coger el aire.

No le gusta recordar lo que pasó e incluso por la noche sufre pesadillas. Sin embargo, José Antonio toma fuerzas, quiere que su testimonio sirva para dar una voz de alerta sobre los episodios de violencia gratuita que ocurren durante los fines de semana: «Todavía no entiendo por qué sucedió. Yo iba paseando con mi amigo y a la altura de la verja del muelle, un chico nos gritó ¿dame fuego y un cigarro!. Yo no fumo. Seguimos para adelante sin hacer caso y nos siguieron, todo el rato insultando. Me decían gordo, gafas y maricón. A la altura de la parada del autobús, antes de llegar al bar Lucero, me di la vuelta y le dije a uno de ellos: '¿Déjame ya!'. Y me responde: '¿Tú qué te crees!', a la vez que me da un empujón y me tira. Me vi con la cara en el suelo y casi me atropella un autobús. De pronto comenzaron a agredirme. Yo me defendí como pude. Uno sí gritó a los amigos: '¿Tío pasa ya!', pero siguieron hasta que marcharon a buscar a más gente. Llamé a mi hermano y mi amigo también, como pudo, mientras ocurría la agresión». En ese momento, David se dio la vuelta en la moto y explica: «Escuché a mi hermano muy nervioso. 'Oye,que nos están pegando', decía. Hasta que dejé de escuchar y sólo oía gritos. Enseguida me di la vuelta y vi el tumulto. Cuando llegué se marcharon en busca de más gente. Mi hermano estaba todo amoratado, con la camisa rota. Lo tranquilicé, él es una persona muy pacífica, y nos dirigimos al coche para ir al hospital».

Pero la suerte no estaba de su parte. «Tenían el coche aparcado muy cerca del nuestro. Volvían a buscarnos y de pronto nos encontramos de cara con ocho o diez personas. Venían calentándose entre ellos. Nos rodearon. Intenté interceder y pedir que lo dejasen. '¿Qué te calles gafas!', le gritaron a mi hermano. Escuché que decían: 'Contra el grande de tres en tres', al referirse a mi hermano, que mide 1,90. Nos defendimos como pudimos, hasta que vi que nos iban a matar y decidí dar un carrerón para poder avisar a la Policía Portuaria, que estaba a unos 50 metros. Salieron tres detrás de mí -prosigue David, todavía nervioso al recordar lo vivido- y me dieron un rodillazo por la espalda y caí al suelo. Me levantaron la cabeza para darme en la cara. Me los quité de encima como pude y conseguí avisar en el puerto».

Entonces David salió corriendo hacia donde estaba su hermano, ya inconsciente: «He hecho un curso de técnico de Emergencias Sanitarias y comprobé que las heridas que tenía, sobre todo en el ojo, eran muy graves. Solo acerté a ver dos coches, uno claro y otro oscuro, tal vez un Citröen CX, que huían a toda velocidad».

Al hospital llegó José Antonio muy mal. Sus padres fueron avisados y desde un principio se les advirtió que su hijo corría peligro de perder el ojo, como así fue.

«La Policía nos tomó declaración y les comenté que podían ser de El Puerto porque cuando insultaban a mi hermano decían que los de Cádiz eran maricones y que ellos eran de allí. Dije a la Policía que uno de ellos llevaba una brecha porque en el acto de defenderme le di y que probablemente asistiría a algún hospital, como así fue».

A partir de ahí, se detuvo a tres jóvenes que, en estos momentos, se encuentran en libertad con cargos. «Hay un cuarto de El Puerto, un tal Jonnhy, al que no han identificado, además del grupo de Cádiz que se unió para pegarnos. Un par de ellos, además, tenían nociones de artes marciales, porque con la estatura que tengo -también casi 1,90- las patadas me llegaban a la cara».

Los días después de la agresión han sido duros para la familia. «Mi sobrino -cuenta el tío de José Antonio- ha sido siempre un chico estupendo. No es porque lo diga yo. Estudió toda la carrera de Ingeniero de Telecomunicaciones con becas y a la vez trabajando, porque no podíamos costear esos estudios. Aprobó por curso, porque, de lo contrario, perdía las becas. Con 30 años ya, ¿quién nos iba a decir esto!».

En estos días no le han faltado las muestras de cariño de compañeros de trabajo y familia. José Antonio sufre a diario dolorosas curas en su ojo y hasta que consiga ponerse la prótesis «me queda un caminito». No obstante, repite: «Estoy, que es lo importante, porque creí que me mataban».

Su padre, aún muy consternado, añade: «Confío en la justicia. Quiero que los autores de esta agresión vayan a la cárcel. No sólo por mi hijo, sino por el resto de jóvenes que salen a pasar un rato a la calle, sólo a pasarlo bien y encuentran que por un simple cigarrillo que le piden unos desalmados puedan sufrir una paliza. Esas personas no pueden ir por ahí riéndose de la vida y haciendo daño sin motivo. Ese día fue mi hijo, pero puede tocarle al de cualquiera».