Todos con Rajoy
La proximidad de las elecciones suele debilitar o fortalecer en los partidos políticos las lealtades personales, y ahora empezaría a percibirse en el PP una reorientación de adhesiones más o menos inquebrantables. Por primera vez en lo que va de legislatura, las élites populares no han apoyado las muy criticadas suposiciones metafóricas de Aznar sobre la autoría del 11-M y si de los despachos de Génova 13 no ha salido ninguna voz en defensa del presidente honorario, en la Comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid se han levantado casi al unísono la presidenta Aguirre y el alcalde Ruiz-Gallardón para alinearse con la postura de Mariano Rajoy. Lo nunca visto en este siglo. (No sería extraño que el bloque de fidelidad a Aznar, capitaneado por Zaplana y Acebes, intente que los desplazamientos hacia la influencia de Rajoy no adquieran proporciones de aluvión).
Actualizado: GuardarYa anteayer se adelantaba Juan Costa, director del programa electoral del PP, a anunciar que la única opinión oficial en el partido era la de Rajoy. Y no es que Aznar y todo el complejo ideológico y estratégico de Faes hayan perdido en unas horas el poder que todo el organigrama popular venía considerando omnímodo sino que, en unas horas, han visto los dirigentes más conscientes del partido que ante el riesgo de que el apoyo a las teorías de Aznar espantase a un número considerable de votantes, más valía que el hombre se apoyase solo.
En Génova 13 la solidez del clan aznarista no ha sufrido el menor quebranto, pero sus líderes han comprobado, inopinadamente para ellos, que fuera de la sede oficial se mueven aspiraciones más independientes, personas que sienten que su propio futuro depende más de ellas mismas que del dedo que se pueda mover en las sombras. La presidenta Esperanza Aguirre y el alcalde Ruiz-Gallardón han expresado tan reiteradamente sus respectivas lealtades a Aznar que el hecho de habérselas dedicado ayer a Rajoy permitiría aventurar que, ante las elecciones de marzo, muchos altos militantes van a apostar a todo o nada, pero por ellos mismos.
Y la ficha inmediata a jugar es la de Rajoy y no tanto por sus posibilidades de victoria electoral, que las tiene, como porque en teoría, y también en la práctica, su influencia en la confección de las listas va a ser notable. Ruiz-Gallardón quiere entrar en la lista por Madrid e instalarse en uno de los puestos más cercanos a Rajoy, y éste deberá demostrar, dentro y fuera de su partido, que en sus decisiones no ha aceptado más que presiones mínimas. Y en el terreno de las presiones sería lícito interpretar que si Zaplana ocupase finalmente un puesto en la lista madrileña más cercano a Rajoy que el de Ruiz-Gallardón, Rajoy habría cedido a presiones más o menos fuertes. Y no precisamente de quien va a dirigir la campaña, Juan Costa, pues a éste le interesaría más el gancho electoral del alcalde que la efigie enmohecida de Zaplana, al que hasta en Génova le habría recomendado estos días una cura de desaparición y silencio. Es la hora de Rajoy, cuyo futuro político depende de que logre imponer su autoridad más bien teórica en la práctica final de las listas electorales y en una estrategia política sin falacias.