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Pocas opciones

El otro día coincidí en el tren con una señora que iba a Madrid, al bautizo de su nieto. Y aunque en estos últimos tiempos es raro, entablamos una buena charlita que nos mantuvo entretenidas todo el camino. Primero que si quieres un caramelito, segundo que hay que ver qué mojón de película... Me enteré que en Madrid vivía su hijo. De hecho, ella misma había vivido allí durante veinte años. Un buen día, viendo que en Cádiz la cosa estaba chunga, ella y su marido agarraron sus bártulos y sus tres hijos y se fueron para la capital. Con lo puesto. Allí trabajaron duro, y consiguieron sacar a la familia adelante. Volvieron hace cuatro años a Cádiz. Y lo primero que hizo fue comprarle a su marido una caña de pescar. Ahora tienen un puestecito en la plaza, y van tirando. El hijo se quedó en Madrid, una de las hijas volvió a Cádiz, y la más pequeña se fue a Sevilla a estudiar y buscarse la vida. «Porque esos son los valores que les he enseñado», dice ella. «Si aquí no hay trabajo, pues a liarse la manta a la cabeza y para otro sitio».

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Yo la escucho, y asiento, y pienso en la emigración, que nos están vendiendo como algo nuevo, como una cosa de rumanos y ecuatorianos. Nadie se acuerda ya de cuando los andaluces éramos los flojos de España, y nos miraban por encima del hombro allá donde íbamos buscando trabajo.Y ahora la juventud -prosigue la señora- se queja: que tiene que vivir con sus padres, que no hay trabajo, que no tienen dinero para independizarse ¿Pues coge la maleta y tira pa donde lo haya, que no eres ni el primero ni el último! Yo la miro, y aunque no esté del todo de acuerdo (pienso en mis amigos de Castellón, Canarias, Londres), no dejo de reconocerle que no le falta razón.

Porque es así. Aquí sólo queda salir pitando para poder crecer y realizarse, o quedarse en Cádiz esperando que llegue febrero para protestar en el Falla.