La última palabra
Hans Halter, un médico alemán, ha escrito un libro titulado Ya he cumplido mi misión aquí. No es un libro de medicina, sino un volumen que recoge y comenta las últimas frases atribuidas a personajes famosos en el lecho (o el lugar donde les cogiera el tránsito) de muerte.
Actualizado:Dejando aparte la dosis de leyenda que envuelve a algunas de estas celebridades y que seguramente ha provocado que se invente o fantasee sobre sus respectivas defunciones, la lectura de estas despedidas más o menos improvisadas es un ejercicio revelador. En muchos casos, parece que el moribundo hubiese querido construir la frase lapidaria y definitoria que resumiese su filosofía y su vida. Sigmund Freud clamaba «¿Esto es absurdo!», asumiendo la derrota de cualquier razonamiento ante el mayor de los misterios del hombre. La ambigua y fascinante Marlene Dietrich afirmaba: «Lo quisimos todo y lo conseguimos, ¿no es verdad?». El Che Guevara, ante su asesino, construía una de esas frases que luego se convertirían en eslóganes: «Dispara, cobarde, que sólo vas a matar a un hombre». Sócrates, sereno e irónico, exhortaba a Critón a sacrificar por él un gallo al dios Asclepio, dando gracias por la curación que suponía la muerte.
Pero más certero me parece don Marcelino Menéndez Pelayo: «¿Qué pena morir cuando me queda tanto por leer!». No me dirán que no es el broche adecuado a una vida dedicada a la literatura. Donde dice «leer», pongan «vivir» (¿acaso la vida y la lectura no son equiparables?) y tendrán la frase incuestionable aunque perogrullesca que a cualquiera de nosotros se nos vendrá a las mientes en el momento crucial. Qué pena morir cuando el mundo, ancho y seductor, los amores, las lecturas, los viajes, aún ofrecen promesas y alicientes. Como dijo el señor A.G. Bell, más simplemente: «¿No!».