VUELTA DE HOJA

La otra historia

La Historia, con mayúscula, es una forma en la que las cosas pudieron suceder, precisamente en la que sucedieron. Después viene su interpretación, que es algo que determina la conveniencia. El pasado es irreparable, pero se le pueden poner tafetanes. Hay cicatrices que se convierten en condecoraciones y episodios dejados de la mano de Dios que los historiadores consiguen entablillar, con un meritorio esfuerzo quirúrgico, hasta dejar a la Divinidad con un brazo en cabestrillo, para seguir bendiciendo a España. ¿Qué es Historia? se preguntó Napoleón para responderse él sólo a su propia pregunta: «una sencilla fábula que todos hemos aceptado». Ahora estamos revisando la nuestra y los profesores denuncian su manipulación en el Bachillerato, que como se sabe es una de las potencias del alma. A los bachilleres se les ha engañado siempre, ¿por qué iba a ser ahora una excepción?

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En mi remota infancia, ya «fábula de fuentes», si aquellos reverendos ágrafos nos consideraban dignos de aprobar Literatura teníamos que insultar a Voltaire y decir eso de que en su peluca anidaban pájaros de mal agüero. También era obligatorio referirse a Baroja como «el impío don Pío», en un alarde de ingenio del autor del texto obligatorio. Ahora los profesores denuncian la manipulación que en aquel lejano entonces tuvimos que descubrir uno a uno y por nuestra cuenta, incluidos los que no la descubrieron nunca.

Nos han contado muy mal el pasado, que es mucho más que un confuso fárrago de sucesos y una retahíla de batallas. Tito Livio, que algo parece que sabía de eso, se consolaba diciendo que «el fin del mundo no va a suceder mañana». El buen hombre estaba convencido de que la verdad resplandecerá algún día. Era un optimista. A la verdad no es que la encumbran velos, más o menos transparentes, sino tupidas banderas.