Incidentes habituales
De nada sirven los esfuerzos que, años tras año, realizan los directivos de ambos clubes, los medios de comunicación y, en menor medida, las peñas de una y otra localidad. De igual forma que toca barbacoa playera en la noche del Carranza, no hay Cádiz-Xerez (y viceversa) sin un triste final en forma de kale borroka al estilo sureño. Es el día soñado por el cabeza, el loco, el largo y el resto de personajes anónimos que por centenares forman la chusma de esta ciudad. A diario muestran su bajunerío circulando con el scooter por las calles peatonales, sobrepasando semáforos en rojo o realizando competiciones para ver quien aguanta más tiempo haciendo el caballito, y si alguien osa reprenderlos, Policía Local incluida, recibirá todo tipo de insultos y gestos, no precisamente amistosos. Los más pudientes llegan a comprar un coche para convertirlo en una horterada con cuatro ruedas, transformándolo en una discoteca móvil donde viajan, reinas por un día, la Jenny o la Deborah, orgullosas del anormal que va al volante. Y todo ello, por supuesto, con las cuatro ventanas bajadas, que la gracia consiste en avisar un kilómetro antes de tu llegada.
Actualizado:La gran mayoría ni siquiera va al partido. Es más, igual les da que los radicales del otro equipo la líen o no durante el encuentro, que los aguanten al terminar el mismo o que los saquen diez minutos antes. Ellos se ubican en las inmediaciones del Carranza y alcanzan el éxtasis ante la aparición de los escudos protectores, las balas de goma, los caballos y los botes de humo. Eso si, salen corriendo a las primeras de cambio, recordándome a los corredores de San Fermín que llegan a la Plaza de Toros cuando las reses aún no han salido de los corrales. Y si detienen a alguno de estos niñatos, no faltarán los padres y el resto de la pandilla despotricando en las puertas de Comisaría.
Cádiz sería la ciudad perfecta si elimináramos a esta gentuza, pero ello requiere de un gran esfuerzo. Y de asignaturas que algunos consideran innecesarias.