6 de noviembre: Festividad litúrgica de los beatos mártires españoles del siglo XX
En el día de hoy se celebra por primera vez en toda España la fiesta litúrgica de los 498 mártires españoles del siglo XX, beatificados en Roma la semana pasada. Así se establecía en la Carta Apostólica con que se les declaraba Beatos.
Actualizado:Gozosamente pude asistir a la celebración romana. Miles de españoles -las crónicas cuentan hasta 40.000- pregonaban con sus voces, sus banderas, su pañoleta y su voz en grito a sus mártires del siglo XX, que la autoridad del Papa y la voz de su Delegado para las causas de los Santos, cardenal José Saraiva Martins proclamaba Beatos.
Toda la solemnísima celebración en la plaza de San Pedro fue liturgia sagrada: proclamación de la fe hasta el martirio en los nuevos Beatos, presentes todos con las copias de sus fotografías auténticas en el gran tapiz del balcón central de la fachada; oración emocionada y vibrante en los más de dos mil celebrantes (Cardenales, Obispos, Sacerdotes) y en los 40.000 fieles asistentes procedentes de toda la geografía hispana.
Ofrenda del sacrificio de Cristo y de la muerte de los mártires para el perdón y la paz. Unos testimonios iniciales de profunda significación religiosa, nos introducía en el misterio y motivaba la celebración. No hubo en toda ella una palabra de intencionalidad política, ni de revancha partidista. Con exquisita pulcritud estética y cuidada liturgia cristiana proclamamos nuestra fe que llevó a los mártires a dar su vida y nos urge a sus hermanos a venerar sus gestos y continuar por sus caminos en nuestra tierra.
Pero que la celebración y todo su entorno hayan tenido ese marcado e intencionado sentido religioso no nos impide ver y manifestar también el profundo sentido social -no partidistamente político- que el acto puede tener.
Desde los tiempos del Coliseo Romano, los mártires son una contestación al poder. Este entraña la tentación de querer servirse del individuo; de sustituir su conciencia; de esclavizar su libertad; de imponer sus criterios y valores; de proclamarse señor y dios.
Y la aceptación coherente del evangelio de Jesús exige dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es suyo. La profesión de la fe exige la confesión sincera de que sólo Dios es nuestro Señor y de que sólo en Él puede encontrarse la felicidad plena. Esos valores del evangelio de Jesús han configurado -con muchas debilidades y errores, sí- nuestra historia y cultura hispana. Se han integrado en nuestra vida.
Unas ideologías totalitarias instaladas fuertemente en nuestro siglo XX (nazismo-fascismo-comunismo) han intentado ocupar la libertad de la persona, borrar la presencia de Dios y cambiar la cultura del hombre ofreciendo nuevos valores y engañosa felicidad.
Nuestros mártires del siglo XX de España son la contestación a ese poder totalitario, a esa negación de los valores superiores y transcendentes de nuestra vida y nuestra historia. Su muerte fue un grito contra ese poder: «viva Cristo Rey» fue la última palabra de muchos rubricada con su sangre.
Con su vida y su sangre nuestros mártires fueron testigos fieles y valientes de ese concepto de la vida nacido del Evangelio, que ha impregnado nuestra historia. Su martirio es un acto de fe pero tiene también dimensiones sociales y por ello su beatificación supone no sólo el reconocimiento oficial y solemne de la motivación religiosa de su muerte sino también la afirmación gozosa y pública de nuestra concepción de la vida, de la historia, y de nuestra historia hispana.
En la solemne celebración romana algunos han notado la discreta presencia del Papa, sólo visible en la oración del Angelus, al finalizar la ceremonia.
Pocos años antes, cuando la región de los Balcanes se debatía aún en una guerra fraticida, Juan Pablo II quiso hacerse presente en Zagreb (las autoridades serbias no consideraron oportuna su presencia en Sarajevo y Belgrado) y en 24 horas oró ante los restos del Cardenal Stepinac y en el Santuario Nacional de Marija Bystrica le proclamó Beato. El cardenal Aloizijé Stepinac había sido cruelmente perseguido, calumniosamente acusado y violentamente asesinado por el régimen de su patria. El Santuario Nacional de María Bystrica conserva la venerada imagen que durante la invasión otomana los fieles tuvieron que esconder para preservarla del sacrilegio y de la destrucción. En ese contexto Juan Pablo II proclama con valentía: «En la figura del venerable cardenal se sintetiza toda la tragedia que ha afectado a Europa durante este siglo, marcado por los grandes males del fascismo, del nazismo y del comunismo. En él resplandece plenamente la respuesta católica. En su beatificación reconocemos la victoria del Evangelio de Cristo sobre las ideologías totalitarias. El Beato Stepinac constituye así el símbolo de la Croacia que quiere perdonar y reconciliarse purificando su memoria del rencor Mientras vivía los solemnes momentos romanos y recordaba el gesto y las palabras pontificas, nuestro Parlamento, con procedimientos de urgencia hacía coincidir la votación de una ley con la que se pretende «releer la historia» y «hacer justicia al vencido», como si la historia hubiese que escribirse al albur de las mayorías parlamentarias y la justicia se hiciera con formulaciones ideológicas.
En Roma sólo había oído palabras de perdón y de paz. Y admirado los gestos valientes con que nuestros mártires se opusieron a los totalitarismos esclavizantes y a las utopías engañosas: testigos de la fe que vence al mundo. «Muestran la vitalidad de la Iglesia: son para ella y para la humanidad como una luz, porque ha hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo». Por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte, veneramos hoy su memoria sin venganza, pero sin rubor. E invocamos su protección sobre esta sociedad nuestra. Que los valores que hicieron posible su martirio en el siglo XX, sigan haciendo posible no sólo su recuerdo y veneración sino su continuidad y vigencia en el siglo XXI.