Jugar a la guerra
LA GLORIETA Jugar a la guerra es muy fácil. Sobre todo cuando luego, sudado tras la batalla, llegas a casa y tu madre te espera con un buen plato de puchero. Jugar a la guerra es muy fácil, vestirse de malo o de bueno cuando, a la vuelta de la batalla, espera la tele, la casa, la plácida cena y ropa lavada. Y es que el hecho de que los guerreros locales no tengan ni casa, ni trabajo, ni futuro, ni esperanza -detalle por los que hace unos años la gente quemaba lo que hiciera falta- parece que no molesta cuando hay un partido, una excusa, para hacerse el macho a base de chorradas. Jugar a la guerra es fácil, cuando lo que hay a la vuelta de la esquina es el cálido stablisment de la Europa civilizada. Cuando el hambre y la barbarie están al otro lado del mapa. Cuando jugar a los actions men de barriada se convierte en fe de vida para quien no tiene otro objetivo por el que dejarse la garganta. ¿O sí?
Actualizado: GuardarOtra vez más llegó el día del partido y comenzó la mascarada, el momento de fabular con que aquí hay guerrillas y enemigos, y una puta policía a la que partirle la cara. Y si los otros no están, si van escoltaditos en un tren camino de sus casas, es un nimio detalle porque el plan esta hecho y no nos vamos a ir sin jugar a ser un poco Rambo, a sentir que tenemos algo brutal por lo que luchar, aunque ese algo sea un deporte que, se supone, sirve para entrenarse y, que se sepa, ni da de comer, ni lucha contra el hambre, ni cura el SIDA, ni crea puestos de trabajo... Jugar a la guerra parece fácil aunque, salvo a los tres peleles de turno, el rollo del disturbio posfutbolero resulte más que ridículo y sólo dé, cada vez, más lástima.