Halloween
Miércoles, treinta y uno de Octubre. Ya bien entrada la noche, pues en estos días, tras el cambio de hora, el sol, cual hombre prudente y bien acostumbrado, se recoge pronto y madruga. Hallábase servidor enfrascado en la jornada de Liga que, por mor de la escasez de fechas y la abundancia de eventos, se jugaba a mitad de semana, disfrutando de los goles de la jornada. Y a esto que suena el timbre de la casa. El respingo, figúrense, fue de aúpa, pues cuando el timbre -sea el de la puerta o el del teléfono- suena a hora intempestiva suele ser portador de malas noticias. ¿Quién diablos será, por Dios?
Actualizado: GuardarPues eso, diablos. O diablillos. Varios mocosos y mocosas vestidos de brujitas y jorguines, portando en sus manitas calabazas encendidas y atrezos varios, se amontonaban en la puerta de la casa, dejando entrever sonrisas cándidas tras los pérfidos disfraces y pretendiendo cambiar caramelos por euros. ¿Pero ya estamos en carnaval?, pregunto, al borde del pasmo. Que tampoco sería de extrañar, dada la velocidad con que el calendario corre para quienes estamos al borde de la cincuentena. Es mi santa esposa quien me saca del error: Son los niños de Halloween -pronuncien jálowin-, me responde. Y me invaden, entonces, dos sentimientos encontrados. Por un lado, una profunda ternura, pues así suelo reaccionar ante los niños, ante su inocencia, ante su alegría infantil exenta de dudas y perversidades. Y, por otro lado, una profunda sensación de tristeza cuando observo cómo nuestra cultura, la de esta España nuestra que hasta en esto es maltratada, es solapada y sustituida por ritos y costumbres foráneos que nada tienen que ver con nuestros ancestros. Y eso que yo, al reves que la progresía actual, para nada padezco de yanquifobia, sino todo lo contrario, pues cada día me admiro de lo que esos formidables comedores de hamburguesas han sido capaces de construir en poco más de doscientos años.
Halloween es una fiesta proveniente de la cultura céltica que se celebra principalmente en Estados Unidos en la víspera del día de los difuntos. Los niños se disfrazan para la ocasión y pasean por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta. Después de llamar, los niños pronuncian la frase «Truco o trato» o «Dulce o truco» (proveniente de la expresión inglesa trick or treat). Si los adultos les dan caramelos, dinero o cualquier otro tipo de recompensa, se interpreta que han aceptado el trato. Si por el contrario se niegan, los chicos les gastarán una pequeña broma, siendo la más común arrojar huevos o espuma de afeitar contra la puerta. Todo muy yanqui, muy americano y muy guay. Pero nada que ver con nuestras raíces, con nuestra cultura, con nuestra forma de ser.
Cada día se pierde en esta España nuestra una tradición, una costumbre, un trozo de nuestra alma. Se perdieron tiempo ha ya los patios de vecinos. Se perdieron las cruces de Mayo. Los Tosantos, con las castañas, los buñuelos, los huesos de santo, las nueces..., sólo viven en la memoria de los mayores. Se está perdiendo nuestra gastronomía, sustituídos los benditos guisos por las pizzas, los perritos calientes y los nachos. Los Reyes Magos son cada día más solapados por Papá Noel y Santa Claus. Ya no se ven tabancos ni despachos de vinos. Los juegos de siempre -piedra lipe, pajarito, las escopetas de madera y gomillas...- han sido cambiados por videojuegos violentos que hacen que, a fuerza de no conversar, el vocabulario de nuestros hijos se reduzca a unas cuantas docenas de palabras. Hasta la costumbre de la siesta desaparecerá, al paso que vamos.
Perdemos nuestros hábitos, nuestra idiosincracia, y a nadie le importa. Nos adocenamos, vivimos sin saber por qué. No se crea, se imita. No se habla, se chatea. No se lee, se navega. Y olvidamos que el pueblo que pierde sus tradiciones está destinado a dejar de ser pueblo para convertirse en masa, en rebaño. Mientras tanto, ahí están nuestros gobernantes, legislando pamplinas. Y nuestros niños, vestidos de brujos. Por jálowin. Hay que joderse.