EL RAYO VERDE

Cultura, consenso e identidad Cuatro meses y cinco días

Conocí el Museo del Prado de la mano de mi madre, cuando tenía nueve años. Por algún cajón tiene que estar mi foto delante de la estatua de Velázquez, que me hizo un fotógrafo ambulante. Conservo fresco, tanto tiempo después, el recuerdo de aquella visita, del vetusto edificio y la impresión al sentirme ante aquellas enormes telas, sobre todo Las Meninas, muchas ya vistas en los libros de mi casa. Luego he vuelto decenas de veces, cada vez que puedo, en huecos mínimos robados al tiempo cuando he de ir a Madrid. Incluso tengo un cuadro «mío» allí, permítanme la licencia, al que contemplo, o ante el que me rindo, en cada viaje. No diré cuál es, que luego hay que darse codazos para ponerse delante. Suelo, además, liar a alguna buena compañía para compartir el trayecto. Así, recuerdo con emoción la primera visita con mi hijo mayor y su mismo asombro, hace años; el paseo por los vermeer, con el museo aún cerrado, junto a un querido amigo; los tintoretto con una compañera; el maratón último con mi madre y mi hermana, un recorrido anterior con Jaime García Máiquez, poeta portuense y conservador, por las tripas del Museo y las «radiografías» de los cuadros en restauración. O con Elena Garrido, que trabajó de taquillera, hoy es jefa de Prensa y lleva el Prado en su adn...

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Aparte, estoy convencida de que algo serio y profundo cambió en España el día que se formó a sus puertas la primera gran cola para ver una exposición, la de Velázquez creo que fue. Se inauguraba una época en que la cultura se democratizaba, su demanda se ampliaba y se convertía en noticia, un tiempo en que los museos dejaban de ser espacios muertos y entraban en la onda internacional de grandes muestras, de intercambios entre colecciones, de exposiciones temporales ambiciosas, de atractivo turístico, de creación de riqueza.

El museo madrileño, históricamente cargado de problemas, ha hecho una sensacional transición hacia la modernidad, con ciertas concesiones a la sociedad del espectáculo, bien es verdad, pero sin perder el norte. Ha sabido renovarse, protagonizar la actualidad, irradiar actividad y hasta reinventarse de modo que ofrece siempre un pretexto para que sea necesario volver a visitarlo, a pesar de las colas, a pesar de la alta competencia en la oferta expositiva madrileña y a pesar, sin duda, de la falta de afición por la cultura de la sociedad en general.

Su trayectoria es, en este sentido, muy interesante para analizar, extraer consecuencias, aprender. Por ejemplo, la obra de ampliación ha sido larga y polémica, pero ha salido adelante a pesar de las controversias, que llegaron a ser muy duras tanto con los vecinos de la zona como con algunos académicos de relumbrón, y lo ha hecho a base de clara voluntad política y del dinero que hiciera falta. También por la presencia de potentes patronos, que han respaldado desde su prestigio y sus «posibles».

Pero, sobre todo, el Prado es tan inmenso que ha superado las diferencias entre partidos y su reforma ha sido el único consenso político, el único pacto entre PSOE y PP que se ha mantenido más allá de la doble alternancia. Una evidencia, como dijo Zapatero en su discurso del otro día, de que «nada como la cultura integra hoy a las sociedades, nada conforma más intensa y duraderamente la identidad de los pueblos, y nada como la cultura compartida proyecta mejor nuestro futuro común». Y más, que dijo el Rey: el museo contribuye a identificarnos «como una gran nación».

Ahora me muero de ganas de ver qué ha hecho Moneo. Y la pintura del XIX.

lgonzalez@lavozdigital.es El nueve de marzo, domingo, iremos a las urnas a elegir Parlamento andaluz y Cortes Generales. Parece que Chaves ha convencido a Zapatero, que prefería el día 2, porque esta fecha es, de Despeñaperros para abajo, el final del «puente» del 28-F. Mientras se desvela el gran tapado que encabezará la lista de Cádiz por el PSOE (ya del Gobierno sólo queda por colocar a la ministra de Administraciones Públicas, Elena Salgado), al presidente andaluz y del Partido Socialista le preocupa sobre todo conseguir una alta participación, con el 70% como objetivo, para mejorar sus resultados, tanto en Andalucía, donde se aseguraría la mayoría absoluta, como en Madrid, más incierto. La convocatoria única favorece la afluencia, porque en 2004 alcanzó el 75,79%, un porcentaje sólo superado en 1996, cuando se situó en el 77,94%, en ambos casos coincidiendo con las generales.