La danza, la bomba y el frío
Hace mucho tiempo que algún científico determinó que la sonrisa es innata al ser humano, que existe más allá de los social y que nos distingue de las bestias. Tal vez por eso, una sonrisa -una muesca agradable que se hace con la boca pero también con los ojos y con todo el cuerpo- puede cautivar a un auditorio aunque haga frío, el espectáculo empiece con retraso y la enorme mayoría decidiera aplaudir al final sin «haber entendido exactamente» lo que había visto. Shlomi Bitton inauguró ayer el VI Festival Internacional de Danza Contemporánea, Cádiz en danza, con One-Self-ish, una performance de difícil interpretación en la que el artista contó con la participación de un voluntario. Una chica anónima para adaptar sus movimientos a las órdenes de un bailarín atípico que había tenido extasiado al público durante más de una hora de entrenamiento previo a la actuación.
Actualizado:En una de las esquinas del patio del Baluarte de la Candelaria, el artista israelí interpretó una performance alrededor de una bomba de perfiles clásicos, un cilindro con una mecha convertido en tótem y corazón de una danza arrítmica animada por la evocadora música de Sigur.
Enigmático y simpático, Bitton hizo un gesto con la mano para anunciar a su público que la actuación había llegado a su término y el auditorio respondió con sus aplausos. A veces, las propuestas demasiado inteligibles tienen la capacidad de dejar al respetable anonadado. Los niños, más curiosos, prolongaron el pase y, al terminar la actuación, rodearon al artista para jugar con él durante más de media hora. Debió cautivarles la misma sonrisa, algunos lo llaman instinto.