Dos caras
La lectura de la sentencia sobre la masacre del 11-M permite imaginar en movimiento a los condenados que durante meses hemos podido contemplar estáticos e impasibles; como permite descubrir su ira oculta tras el titubeante y retraído testimonio que han ido prestando ante el tribunal. El grupo recluido en la jaula de cristal dispuesta por la Audiencia Nacional no parecía haber sido capaz de planear un ataque simultáneo a distintos convoyes de una misma línea de tren, ni sus integrantes han mostrado los signos de fanatismo que se les supondría a los correligionarios de los inmolados en Leganés.
Actualizado:Sin embargo, la narración judicial de lo ocurrido antes y en las primeras horas de aquel 11 de marzo refleja la letal combinación entre una apariencia caótica de practicar la 'yihad' terrorista y la eficaz ejecución de un asesinato en masa cronometrado. Esas dos caras son las que hacen especialmente temible el terrorismo de origen islamista. Dos caras que evidencian que nuestro Estado de derecho no fue diseñado para enfrentarse a esta forma de criminalidad, al tiempo que ponen a prueba los fundamentos de su sistema de garantías. Dos caras que dificultan la detección y prevención del riesgo en medio del magma islamista, mientras la democracia se resiente porque algunos de sus administradores tienden a superar tal impotencia extendiendo las sospechas, las imputaciones y las condenas más allá de lo razonable. Era la encrucijada a la que se enfrentaba el proceso del 11-M, que el tribunal ha sabido sortear a favor del Estado de derecho.
Según recoge la sentencia, uno de los suicidas de Leganés, Sael el Harrak, dejó escrita una carta de despedida para sus familiares en la que confesaba: «Juro por Alá, no soporto vivir en este mundo, humillado y débil ante los ojos de los infieles y los tiranos». El estremecedor testamento que expresa su firme propósito de matar muriendo constituye un reproche dirigido a quienes, aun queriéndole, se habían mostrado siempre contrarios al empecinamiento 'yihadista' de su hijo, hermano o marido. Un disenso radical que ante nuestros ojos occidentales corre el riesgo de volverse imperceptible. A pesar de que representa la única esperanza que cabe albergar en un progresivo debilitamiento de la llama terrorista instalada con sus dos caras en el seno del Islam. Sin duda, para quienes piensan como El Harrak el veredicto de ayer fue redactado conforme a la ley de los «infieles y los tiranos». Sólo cabe esperar que ni la despedida del inmolado ni el contenido de la sentencia hayan hecho cambiar de parecer a sus familiares.