Problemas de la izquierda
Actualizado:Quizá ya no tenga sentido repetir el tópico de la orfandad de la izquierda democrática europea causada por el hundimiento definitivo del socialismo real que le servía de referente. Pero lo cierto es que desde los años 80, la izquierda occidental tiene grandes dificultades para adquirir un discurso estructurado y atractivo, capaz de competir con el pragmatismo de la derecha, que apenas apela a la espontaneidad del mercado, a las libertades básicas y a la buena gestión.
Dicha desorientación acaba de hacerse patente también en Alemania, donde el SPD, el gran partido socialdemócrata, ha celebrado un Congreso en el que ha aprobado por práctica unanimidad –con sólo dos votos en contra– el nuevo programa de Hamburgo que representa un giro a la izquierda, conforme a una estrategia ideada para detener un declive que ya parece imparable en afiliación y en votos.
Un declive causado por la gran coalición, que lo supedita a la superior iniciativa de la CDU-CSU de Ángela Merkel, pero también, y sobre todo, a la falta de visibilidad ideológica de la socialdemocracia post Schröder, atrapada en la pinza formada, de un lado, por una democracia cristiana muy social y ecologista –Merkel abandera la ayuda familiar y la lucha contra el cambio climático– y, de otro lado, por la renacida tercera fuerza Die Linke –La Izquierda- del réprobo Oskar Lafontaine, que abandonó a Schröder por considerarlo de-masiado liberal, como autor que fue de la Agenda 2010, que liberalizó efectivamente la economía alemana y puso las bases reales de la reactivación que hoy está produciéndose, felizmente para Europa.
La izquierdización que dicho programa introduce en el ideario del SPD ha sido, sobre todo, retórica, puesto que se han recuperado viejos conceptos nominales como «socialismo democrático» o «Estado social asistencial», que deberían oponerse al «capitalismo global». Junto a las definiciones, la polémica de las últimas semanas entre el actual presidente del SPD, Kurt Beck, y su correligionario, vicecanciller y ministro de Trabajo Franz Müntefering ha desembocado en una prolongación de las ayudas a los parados y en un conjunto pintoresco de medidas supuestamente progresistas: limitación de la velocidad en autopistas (¿), privatización de los ferrocarriles con limitaciones para impedir la especulación, servicio militar voluntario, salario mínimo de 7,50 euros la hora, oposición a medidas policiales que trata de aprobar el ministro federal democristiano del Interior, etc. Pese a la suavidad de las determinaciones, Merkel ha tenido ocasión de criticarlas con el demoledor y nada irrelevante argumento de que para socialismo ya estaba el de la RDA (de donde ella proviene, como es conocido).
Verdaderamente, es un hecho que la izquierda europea está agotando el repertorio de la reforma social, que también abandera la derecha, ambas constreñidas por el consenso en torno al pacto de estabilidad inherente a la pertenencia europea. El PSOE ha dado en la presente legislatura pasos progresistas sin duda relevantes –ley de Igualdad, ley de Dependencia, ley contra la Violencia de Género, matrimonio entre personas del mismo sexo...–, pero no le será fácil enjaretar un programa se parecido calado para la próxima legislatura. Con toda probabilidad, los futuros debates PP-PSOE versarán sobre asuntos de distinta índole –reforma del modelo territorial o energía nuclear, por poner ejemplos actuales– que en realidad tienen escasa carga ideológica: no son de derechas ni de izquierdas. A menos que, como los alemanes, creamos que limitar la velocidad en carretera o prohibir fumar en establecimientos públicos es «progresista».
Es claro que el agotamiento de la tradición reivindicativa de la izquierda, que tiende a producirse en las sociedades avanzadas a medida que se culmina la reforma social, produce desmovilización en la clientela de los partidos de ese signo.
Desmovilización que, en estos casos, sólo remite en momentos singulares (los atentados del 11-M y los hechos posteriores tuvieron este efecto, que en cambio no se produjo en las pasadas elecciones municipales y autonómicas). En definitiva, lo que ocurre es que el binomio derecha e izquierda ya no se refiere a dos «modelos de sociedad», el liberal y el estatalista, cada uno con sus referentes utópicos.