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SOMOS DOSCIENTOS MIL

Víctor, sin carino alguno

No se alarmen mis allegados y conocidos, pues el Víctor al que dirijo la presente no es mi querido compañero, Enrique Víctor de Mora, con quien comparto afición periodística y profesión jurídica, como tampoco lo es quien en su día fuera jefe de la Policía Local jerezana, también amigo y llamado Víctor. Estas líneas se dirigen directamente al energúmeno de nombre Víctor, que no ha tenido mejor ocurrencia que la de declarar públicamente su amor hacia una tal Mari, con un corto pero contundente Mari te amo, estampado sobre el lomo de uno de los caballos de colores que aún quedan en la rotonda de tan popular denominación.

ILDEFONSO CÁCERES
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Como si a Mari no le hubiera bastado con una de esas tarjetas para enamorados; como si a Mari no le fuera suficiente con recibir un ramo de flores por San Valentín; como si la Mari no se diera por satisfecha con una cena romántica pagada por Víctor en un buen restaurante, donde podría declararle su calido amor a la luz de unas velas; como si Mari no se contentara con su Víctor declarándole al oído su amor en cualquier rinconcito oscuro de la ciudad; el bestia de Víctor, pincel en ristre, ha preferido perpetuar su amor hacia la tal Mari utilizando el graffiti de turno. Y que mejor sitio para que todos puedan admirarlo, quedando pública constancia de su amor, que la figura de uno de los nobles caballos jerezanos que adornan dicha rotonda.

Se que la lamentable declaración de amor no es nueva, pues debe llevar varios meses estampada sobre el caballo. Sin embargo, de forma voluntaria, he ido posponiendo redactar las presentes líneas a la espera de que tras su brillante y mayoritario triunfo electoral, nuestra Alcaldesa planteara entre los temas urgentes que asolan a la ciudad el de la limpieza viaria. Comprendan ustedes que cuando hablo de limpieza, la misma no se ciñe sólo a su vertiente de retirar la suciedad del suelo, sino que abarca también la de hacer desaparecer cualquier rastro de las cientos de pintadas que pueden verse en nuestra ciudad. Jerez -creo no hace falta insistir mucho en ello- es una ciudad hermosa que, muy a nuestro pesar, ofrece una imagen deplorable a todo aquel que se acerca a visitarnos. Nuestras calles y plazas están sucias, acumulando meses e incluso años de dejadez y ausencia de una escoba caritativa que les haga recuperar su tradicional buen aspecto. Si a ello añaden la falta del mobiliario adecuado -papeleras y contenedores- para contribuir a que las calles estén limpias, así como la obsesiva manía de determinados ciudadanos por ensuciar con sus pintadas cuantas casas particulares, edificios oficiales, lugares de culto, monumentos, farolas, y demás existen en Jerez, entenderán porqué la ciudad es una auténtica cochinada, dato este que refrendan los propios visitantes que acuden a conocerla. Que lejos quedan aquellos años de mi querido Luís Silva, como Concejal encargado del tema de la limpieza viaria, en los que Jerez fue galardonada con el premio escoba de plata, como reconocimiento al segundo municipio de todo el Estado Español cuyas calles lucían más aseadas, limpias e higiénicas.

Me temo que para nuestra desgracia la situación ha cambiado de forma radical, al punto de que se hace necesario que nuestras Autoridades, como ya están haciendo las de la capital gaditana, redacten una ordenanza actualizada que contemple importantes sanciones económicas hacia todo aquel que sea guarro con la ciudad. La norma debe contemplar desde aquel que ensucia la calle, al que pinta una pared, quien saca la basura antes de la hora, el que hace sus necesidades en la vía pública, quien abandona un vehículo, el que hace botellón y deja tras de sí los restos de su juerga y, en definitiva, hacia todos los que de uno u otro modo contribuyen a que Jerez haya dejado de ser una ciudad limpia.

Finalizo estas líneas proponiendo a nuestros políticos un gran pacto por la limpieza de Jerez. Si algo caracterizaba a nuestra ciudad, junto al olor a mosto de finales de septiembre, era precisamente la limpieza de sus calles. Curiosamente ambas cosas -olor y limpieza- han desaparecido de Jerez, y aunque el aroma que desprendían nuestros caldos ya no se aspira por las calles del centro de la ciudad, quizás aún estemos a tiempo de lograr que Víctor pueda decirle a la Mari que la quiere, sin que tengamos que enterarnos y, lo más importante, sin que nos joda nuestra ciudad.