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CRÍTICA DE TV

Cristina K

Cristina K, con K de Kirchner, es como han rebautizado los argentinos a Cristina Fernández, esposa del ex presidente y, con casi total seguridad, nueva presidenta de la república del Plata. En portada dedicó en la noche del domingo un amplio reportaje a la figura de esta mujer, cuya imagen ha sido definida como un «peronismo con botox». Fue un reportaje amplio que venía titulado como Argentina elecciones, una fórmula sintácticamente extraña. Lo que el espectador encontró fue una historia no muy aprehensible: un perfil pintado con rasgos muy favorables de una señora cuya política no se nos explicó y cuya mayor virtud, a juzgar por el programa, era que iba a ganar las elecciones.

JOSÉ JAVIER ESPARZA
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Es muy interesante leer lo que dicen en la prensa argentina los analistas nacionales. La impresión que uno saca es que ser peronista o ser lo contrario ya no significa, en realidad, estrictamente nada. En lugar de eso, se ha implantado una especie de hegemonía sorda (y ciega y muda) de una sola política posible que retoma lo peor del peronismo (el caciquismo sindical) y lo peor del liberalismo (la sumisión a las directrices internacionales), envuelto todo ello en una atmósfera general de populismo primario cuyo mejor ejemplo es, precisamente, el hecho de que un presidente haya podido designar sucesora a su mujer. «Hace falta que en este país gobierne una mujer», decía en el reportaje de TVE la cantante Mercedes Sosa.

Es un argumento muy socorrido y, además, bastante eficaz, pero que carece de cualquier valor: ¿Habría sido bueno para Filipinas que en su día gobernara Imelda Marcos por el hecho de ser mujer? La que gobernó fue otra mujer, Corazón Aquino, y lo que la hizo mejor no fue su geografía hormonal, sino otro tipo de razones. Esas razones son las que nos hubiera gustado encontrar mejor expuestas en el reportaje, pero no hubo tal: los testimonios recabados oscilaron entre la descripción sociológica con rasgos impresionistas y la logomaquia tecnocrática, sin que faltara tampoco el tópico, inevitable y, después de todo, no muy justificable parangón con Eva Duarte, Evita, hada tutelar de un peronismo que dejó de existir hace mucho.