Venecia
Hace mucho tiempo, el hombre soñó con una creación donde la arquitectura más hermosa se fundiera entre ríos y canales de agua, donde una ciudad de mármol blanco y techos de pan de oro fuese digna magnificación de todo un paraíso. El hombre soñó con la unión de lo árabe y lo veneciano, plasmando ambas culturas en calles, plazas y puentes donde toda cúspide sólo fuese el inicio del sinfín. Se soñó pues, vestir a una isla, donde la piedra fuese espejo del propio cielo, donde las nubes fuesen manto de grandes plazas y donde las estrellas bajasen a refrescarse en las encharcadas avenidas.
Actualizado: GuardarSe soñó con barcos y góndolas como método de transporte, donde la velocidad fuese parsimoniosa, pausada, calmada como sus aguas; donde los caóticos ruidos de los motores ni sirviesen ni existiesen. Una isla donde su sonido y eco fuesen música, donde sus grandes salones se adornasen con violines y pianos que pusiesen ritmo a la calma de sus canales, donde los relojes fuesen tan altos que nadie se preocupase de mirar sus agujas. Una ciudad soñada donde la noche se vistiese de penumbra y sus ojos se escondiesen entre mascaras de misterios y colores.
Una ciudad que tuvo primero que sufrir pestes y enfermedades, pues toda gloria exige un alto precio que pagar, y hasta los sueños se tiñen de pesadillas llegada la hora. Una ciudad de carnavales coloristas donde el perderse sea un placer, donde la aventura de sus calles sea una precisa excusa para amar con emoción y frenesí. Se soñó y se creó. Hoy ese paraíso se llama Venecia y es por derecho y trono la ciudad más distinta del mundo, donde el canto de su encanto antiguo te abraza con brazos de canales y te mira con cristales de murano rojo, ese rojo único y pasional que embruja al amor.