Tres reyes magos de hoy, por Germán Corona
Con más de veinticinco años en los escenarios, La Zaranda ha realizado una labor de investigación teatral que le ha valido un gran prestigio a nivel internacional. Su compromiso y fidelidad a un método de trabajo riguroso se plasma siempre en una poética teatral con lenguaje propio. Es difícil encontrar en España compañías con esta profunda fe a una estética que se nutre de las grandes preocupaciones del ser humano. Estamos ante un grupo que mantiene viva una serie de constantes en su hacer y que siempre nos invita a la reflexión con planteamientos filosóficos y existenciales en voz de personajes cargados de memoria y perdidos en la inmensidad de mundos yermos.
Actualizado: Guardar Con más de veinticinco años en los escenarios, La Zaranda ha realizado una labor de investigación teatral que le ha valido un gran prestigio a nivel internacional. Su compromiso y fidelidad a un método de trabajo riguroso se plasma siempre en una poética teatral con lenguaje propio. Es difícil encontrar en España compañías con esta profunda fe a una estética que se nutre de las grandes preocupaciones del ser humano. Estamos ante un grupo que mantiene viva una serie de constantes en su hacer y que siempre nos invita a la reflexión con planteamientos filosóficos y existenciales en voz de personajes cargados de memoria y perdidos en la inmensidad de mundos yermos.
La muerte, la trascendencia, la eternidad, las huellas del tiempo y una serie de propuestas siempre enriquecedoras, congruentes y críticas con nuestra realidad son las directrices de su teatro. En su última producción, Los que ríen los últimos, viajamos junto con una familia de cómicos y su nostálgico equipaje hacia ninguna parte. Su ruta, su mapa vital, les ha sido dado por su padre, el gran difunto, aquel que un día cualquiera les dejó desamparados en un mundo que paso a paso van reconociendo como estéril, muerto ya, repleto de basura, sin horizonte diáfano alguno.
A estos tres reyes del circo venidos a menos no les queda más que mirar al cielo, quizás con la esperanza de recibir la señal que les oriente fuera de este pútrido territorio. Pero del cielo, contaminado también, no es posible conseguir información pues no hay estrella que les guíe. En esta obra, la compañía jerezana juega con el lenguaje exacto tanto en las palabras como en las formas. Con unos diálogos que recuerdan al mejor Ionesco, y dentro de un espacio en tonos ocres y grises, se nos plantan tres actores a pulmón defendiendo un montaje bellamente compuesto, rítmico y melancólico, que con humor y acritud a la vez, nos preguntan "¿a dónde iremos a parar?". En un mundo como el nuestro en donde a ciertos políticos les parece poco importante el cambio climático, y a algunos grupos radicales les da por defender la fe hacia dioses o ideas que evidentemente nos han abandonado, habría que plantearles la posibilidad de ver más hacia lo humano, pues al fin y al cabo es lo único que tenemos como cierto. Y a estos magos de La Zaranda que sigan abriendo caminos para la reflexión y para el Teatro comprometido con nuestro tiempo.