LOS LUGARES MARCADOS

Tiempos modernos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

es aseguro que me esfuerzo en asimilar todas las modernidades que esta sociedad en avance continuo ofrece. Que me acerco con curiosidad a las novedades tecnológicas y que intento incluirlas en mi plan de vida diario, admitiendo sus utilidades y ventajas. Pero hay ocasiones en las que la nostalgia me puede. Me ocurre sobre todo ante la pantalla del ordenador. Cuando, por eficacia o por comodidad, busco en Internet un texto literario, me sorprendo añorando el olor de la página impresa, el tacto rugoso o satinado del papel. Leer en Internet (a pesar, ya digo, de las innumerables ventajas de este medio) me produce la sensación ambigua de estar haciéndolo «de arriba abajo», como nuestros antepasados en los rollos de pergamino y, a la vez, de estar perdiendo algo, importante y sensual, con esa lectura. Si localizo en Internet el mapa de algún lugar que he de visitar, siempre añoro el Atlas que mi padre tenía en casa, de pastas enteladas en gris y un tamaño tan excesivo que había que pasar las hojas con ambas manos. En sus mapas de países coloreados amé por primera vez los viajes, y en sus páginas busqué los nombres sonoros de las ciudades orientales, los de los ríos más caudalosos y los de las islas más propicias para el naufragio. Si leo el blog de un escritor amigo (de ese tema hemos estado debatiendo, entre otros igualmente actuales, en el IX Congreso de la Fundación Caballero Bonald que se clausuró el viernes), echo en falta esos diarios con candado que nos regalaban al entrar en la adolescencia, y el bolígrafo Bic de punta fina con el que escribía en el mío propio. Pero no quiero ser débil. Me seco la lagrimilla con el kleenex que sustituyó al pañuelo de algodón en el bolsillo del babi y, pensando eso de «hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad», me rindo ante la evidencia y busco en la Wikipedia la etimología de la palabra nostalgia.