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Opinion

Los extraños socios del Gobierno

El debate sobre las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos Generales del Estado siempre pone a prueba la solidez de las alianzas que un Gobierno ha ido tejiendo a lo largo de la Legislatura. Esta vez, salvo los nacionalistas vascos, prácticamente todos han enmendado a la totalidad los PGE para 2008, que dicen que serán los últimos que elabore Pedro Solbes, gane o pierda el PSOE las elecciones del 2 de marzo. Ya veremos, porque hay versiones para todos los gustos, sospecho que propaladas por el propio entorno del vicepresidente económico: unas veces dicen que se va, otras que se queda.

FERNANDO JÁUREGUI
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En todo caso, estos PGE'08 son tan ortodoxos como el propio personaje que los ha alumbrado. Todo el mundo sabe que el debate de Presupuestos es de todo menos económico. Las otras formaciones no votan en función de que les gusten más o menos las partidas del gasto, pongamos por caso, sino como castigo a una determinada política gubernamental; tengo para mí que el propio Partido Popular no elaboraría unas cuentas del Estado muy diferentes a las de Solbes. Pero es de rigor enmendar a la totalidad. Como lo tienen que hacer los nacionalistas catalanes, cada vez más enfadados con Zapatero. O Izquierda Unida, que, esa sí, reclama un reparto de la riqueza diferente. Y acaso como lo hubiese hecho el propio PNV si el encuentro, que dicen que no terminó muy bien, entre Zapatero e Ibarretxe se hubiese producido antes, en lugar del pasado lunes, y hubiesen tenido tiempo de anunciar su rechazo global a las cuentas de Solbes.

También sabe todo el mundo que estas enmiendas a la totalidad no prosperarán, porque nadie apoyará la que presente el grupo Popular. Luego vendrán las enmiendas parciales y, finalmente, estos Presupuestos serán aprobados. Nadie espera otra cosa, y sería una sorpresa mayúscula que estas últimas cuentas de la Legislatura fuesen rechazadas. Todo se atiene, pues, al viejo paripé.

Lo que ocurre es que el debate presupuestario, que puede llegar a ser denso y aburrido, indica el grado de tensión política en un país. Y en España la tensión es ciertamente grande en esta galopada hacia unas elecciones generales que deberían ser consideradas por todos como ciertamente más importantes que otras anteriores.

Porque, claro, hay muchas cuestiones que nos sobrevuelan de manera sin duda preocupante. Nos debatimos en una crisis institucional -el poder judicial y el Tribunal Constitucional- sin precedentes, que yo recuerde. La estabilidad política en Cataluña depende de que el principal 'socio' ?del gobernante socialista no saque demasiado, como tantas veces hace, los pies del plato, así como de lo que ocurra con el futuro dictamen del ya mentado Tribunal Constitucional, que está en llamas, sobre el Estatut. Y de lo del País Vasco, mejor ni hablar: de momento, parece que Ibarretxe ha perdido el primer set, pero el partido no concluye hasta el 25 de octubre. Lo de ETA no sólo no se ha solucionado, sino que ha empeorado, sin que podamos culpar de ello a nadie más que a la banda asesina. El Gobierno ha rechazado explicar en el Parlamento esa 'cumbre' de Lisboa de la que nadie está seguro de si hemos salido reforzados o debilitados.

Etcétera. Así que el debate presupuestario en el Legislativo se va a desarrollar con la vista puesta en lugar diferente a la marcha de la economía, que ya se sabe que no es mala, pese a los agoreros. Y bien haría el Gobierno en entenderlo así en lugar de marchar, como tiene por costumbre, por la senda del triunfalismo en los logros económicos, olvidando que la política no es solamente, aunque puede que también, una cuestión de cifras ascendentes o descendentes.