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Retrato de un autodidacta

De cómo Alonso aprendió a esquiar, subió el Angliru o se ha relacionado con McLaren

J. C. C.
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Alonso pretende recuperar algún fragmento de su antigua existencia, de cuando iba a la autoescuela en la calle Campomanes de Oviedo, competía en karts con Genís Marcó o acudía al restaurante donde trabajaba su amigo José Luis. Ahora es una estrella mundial, su oficina idea estrategias para preservar su privacidad en los restaurantes, viaja en avión particular por Europa e intenta mantenerse cerca de los aficionados sin que el calor popular atente contra su intimidad, su caballo de batalla con determinado tipo de prensa.

Pese al éxito de sus intervenciones, a su probada capacidad de liderazgo competitivo, su ardor en la consecución de victorias, Alonso no ha sido del todo feliz en McLaren. Y siempre por lo mismo. Ha mamado válvulas, manchas de lubricantes, motores con más o menos caballos y gasolina en vena desde que su padre -José Luis, maestro industrial que trabajó en una factoría de

explosivos- le compró un kart con tres años. Su sitio está en la pista y en los garajes. Pero no pertenece al mundillo de las relaciones públicas, los abrazos, las sonrisas por delante y los puñales por detrás, ese teatrillo de cartón piedra que es la Fórmula 1. «Estoy seguro que disfrutaba más en aquella época, comiendo bocadillos y pasando frío», recordó José Luis Echevarría, director del circuito de karting de Asturias.

Los hechos confirman esa hipótesis. Alonso prefiere comer una pizza o una ensalada en cualquier restaurante que navegar con Ron Dennis en el yate de su socio Manseur Ojjeh por la aguas de Ibiza. Escogerá mucho antes jugar un partido de tenis con cualquier amigo que calzarse un traje para dejarse ver por una cena de gala en el puerto de Mónaco. Es su naturaleza. La que ha chocado contra un trasatlántico de la Fórmula 1 y las relaciones ociales, como es McLaren-Mercedes.