Raikkonen vuela en la ruina de McLaren
El finlandés gana su primer título mundial, después de que la FIA 'amenazara' con variar el resultado; Hamilton tuvo un error de principiante y Alonso sólo pudo ser tercero
Actualizado:Un hilo invisible conectó de repente sinergias por medio mundo gracias al triunfo de Raikkonen. En Finlandia no todos veneran a Kimi. Muchos prefieren a Fernando Alonso porque IceMan ha emigrado del país, no se deja ver por Helsinki y guarda su vida privada con celo detectivesco. En Oviedo hubo cohetes y fiesta en las calles. Perdió Fernando Alonso, el hijo pródigo, cuyo fervor tampoco es unánime en España, pero no ganó Hamilton, el icono convertido en enemigo de un país por los indescifrables caminos del carisma. Sólo hubo coincidencia en Inglaterra, donde el asunto se había planteado abiertamente como una repetición de la guerra de Trafalgar.
Allí sólo hubo lágrimas. Hamilton, como Wilkinson, es un héroe nacional, un sucesor de Beckham, Rooney o Jonathan Edwards. Es el milagro de la Fórmula 1, la irresistible atracción de un deporte que ha enganchado por el lado emocional. El soporte en el que el aficionado se decanta por filias o fobias. Hay partidarios de Renault por Francia, de BMW por la seriedad alemana, de Red Bull por su estilo festivo, juvenil. Y había acuerdo tribal en torno a Hamilton. Sólo el mundo anglosajón deseaba su coronación.
Hamilton tendrá que esperar a que madure la fruta en McLaren. Su pasmosa regularidad, esa que entronizó su sonrisa en los dos primeros tercios del campeonato, se ha sepultado en el pozo de las dos últimas carreras. En China cometió un error de principiante -lo que es- al no conservar la integridad de sus neumáticos, y ayer, en Interlagos, se equivocó al entrar en el cara a cara con Alonso en una salida espectacular. Una primera vuelta para pasearla como enganche promocional.
Pique con Hamilton
Webber rebasó a Alonso con el semáforo verde, y éste remontó con la jerarquía competitiva que lo caracteriza. Apartó al australiano y en la misma maniobra enchufó presión en vena a Hamilton. Le cortó el paso en la primera frenada y a la par con el inglés mantuvo el pulso hasta que lo adelantó. Fue entonces cuando al inglés le gobernó la ira por encima de la lógica. Persiguió al español, quiso devolver la moneda cuando le hubiera
bastado navegar a su espalda, un punto por detrás, calculadora mental y férreo marcaje hasta la meta con el título en el bolsillo.
Pero no. Hamilton, al que ya había superado Raikkonen, pecó de codicioso. El empellón frente a Fernando Alonso le costó una salida de pista que hubiera cercenado sus aspiraciones en seiscientos metros si por allí hay un muro o
una escapatoria más estrecha. Había, en la línea con su flor, un campo de fútbol para que el inglés controlase su MP4/22 y reanudase la marcha. Salió octavo del sembrado y aún con el título virtual en el bolsillo.
Las carreras se dividen por parejas en la parte alta del escalafón. Igual que en el feudo ferrarista de Monza o en cualquier otro de este año, los dos McLaren volaron, ayer la distancia fue sideral de Ferrari respecto a sus competidores. Massa y Raikkonen se marcharon en la primera vuelta y el pelotón no volvió a verlos.
Ni con compuestos duros ni con blandos, Alonso pudo arrimar su McLaren a los coches rojos, que empezaron a planear su asalto al trono cuando en la vuelta ocho Hamilton se quedó medio parado. Problemas con el cambio hundieron la tarde de su coronación mundial. La emoción de la carrera fue superlativa, el tipo de espectáculo que seduce al ingeniero industrial y al panadero, al especialista en cargas aerodinámicas y al despistado que pasaba por allí. Hamilton fue campeón del mundo desde la salida a la vuelta ocho. Y Alonso, pese a que iba más lento que nunca, revalidó virtualmente su título durante 38 giros. Pero en realidad la carrera perteneció por entero a Raikkonen y a Ferrari.
Ferrari sentencia
El finlandés cabalgó en todo momento en segunda posición, mientras Felipe Massa se tragaba los sapos que le condenaban a no ganar ayer delante de sus paisanos, de la torcida de Sao Paulo que se olía la tostada desde el principio. Era imposible y comprensible desde cualquier punto de vista que Ferrari no podía satisfacer al piloto recién renovado hasta 2010. La cuestión era cómo, cuando y dónde sin que fuese una comedia descarada como aquella carrera de Austria en 2002 cuando Barrichello frenó para dejar pasar a Michael Schumacher.
La película por detrás resultó electrizante, con Hamilton remontado a latigazos desde el puesto 18 y Alonso sin fuelle para resistir el adelantamiento de Kubica. El Mundial era un vaivén que fluctuaba por pequeños detalles.
En la vuelta 51 Ferrari decretó su sentencia. En los repostajes, Raikkonen pasó como era de rigor a Massa y Ferrari se encomendó al cura de la iglesia de Maranello para que no hubiese accidentes. La pelea entre las posiciones quinta y séptima, en la que bregaban Kubica, Heidfeld y Rosberg podía arrebatarle el título al finlandés volador si había un accidente y Hamilton conseguía llegar al quinto puesto, su única posibilidad de no llorar ayer.
Nada sucedió. Felipe Massa no se salió como imploraba la parroquia de Fernando Alonso. El pelotón intermedio no destrozó los coches y Kimi Raikkonen, el tipo que cae bien a todos, fue entronizado entre las favelas del circuito de Interlagos.