«Deberíamos estar hartos de adorar a los mismos ídolos de mármol»
Javier Reverte, el último de los grandes mitómanos conradianos, afirmaba no hace mucho que «viajar es la mejor manera de cambiar unas obsesiones por otras». Alejandro Luque, a tenor de lo escrito en su Viaje a la Sicilia (Editorial Almuzara), aceptaría sin pestañear esta máxima como suya. La isla constituye para él -junto con Borges- una de esas referencias fundamentales sobre las que los creadores reglan su mente y construyen su imaginario: principios que hay que orear de vez en cuando para que no acumulen óxido y verdín, y que incluso conviene someter a ejecuciones sumarias, en el caso probable de que se agarren a la sesera y amenacen con enquistarse.
Actualizado: GuardarLuque salda cuentas en su premiado libro de viajes con el maestro argentino, a la vez que certifica la categórica devoción que siente por «esta versión abreviada del mundo» que ancla en el Mediterráneo. A través de un recorrido circular y anárquico, «en coherencia con el estricto desorden» de los pensamientos, un remedo del autor y sus tres peculiares amigos ejecutan esta curiosa expedición que media entre la invocación literaria y la crónica desenvuelta, capaz de instruir, emocionar y arrancar, a contrapié, más de una carcajada.
-¿Encontró lo que buscaba?
-Creo que sí. Sicilia supuso una verdadera ITV para mi espíritu. Me brindó la posibilidad de entender un montón de cosas que estaban pasando a mi alrededor en ese momento, y a las que no hubiera tenido acceso sin moverme de Cádiz, cegado como se ciega cualquiera con su rutina, perdido como lo estaba en mi vida normal. Cuando uno viaja y sale de Cortadura, se da cuenta de que fuera existe vida inteligente, pero también se te disparan los sentidos y potencias tus propias facultades, tu atención, tu curiosidad, y eso te permite, paradójicamente, encontrar realidades nuevas, o al menos desconocidas, dentro de ti.
-Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. ¿Volverá usted a Sicilia? ¿O ha conseguido escapar de esa trampa?
-Fui tan feliz en Sicilia que la he revisitado varias veces, asumiendo el riesgo cierto de la decepción o del empacho. Sin contar los viajes a la isla por medio de libros, cine, arte y música. Ahora tengo una invitación del Instituto Cervantes en Palermo, y volveré no como viajero ni como turista, sino como autor, para hablarles -es curioso- a los propios sicilianos de Sicilia.
-La literatura de viajes pasó a ser, desde mediados del siglo XX, un género relativamente minoritario. Sin embargo, ahora vuelve a causar furor entre los editores. ¿A qué cree que se debe?
-En cuanto a mis propios referentes, lo cierto es que para documentarme no usé libros de viajes, sino más bien obras que utilizan esos paisajes, esas ciudades, como ambientación y contexto, incluidas ficciones, novelas y tratados de arquitectura, por ejemplo. Aborrezco las guías, eso sí. Un viaje es una invitación a perderse, un periplo en el que uno se expone a la casualidad, y no debe atender a demasiadas normas, horarios y otros rigores. En mi canon estarían, no obstante, Constantinopla, de Edmundo De Amici, Goethe, etc.. Es un género que ha dado auténticas joyas, y al que sería ridículo renunciar
-Los personajes que acompañan al narrador durante todo el recorrido parecen destinados a complementar su propia percepción: hacen apuntes cinematográficos, reflexionan en voz alta... ¿Cuándo partió ya tenía la idea de hacer de su viaje un libro? ¿Surgió sobre la marcha? ¿Sus compañeros sabían que serían protagonistas de un texto?
-Siempre cargo con mi particular cuaderno de bitácora, porque soy muy desmemoriado, y no puedo confiarle casi nada a mi cabeza. Ellos sabían que tomaba notas, y que posteriormente maduraría qué hacer con ellas... Ya que los había embarcado en esa extraña persecución borgiana, qué menos, je, je... Además, como dices, así conseguiría enfrentar a la voz del narrador, que es un trasunto exagerado de mí mismo, otros puntos de vista que enriquecieran el resultado.
-Él está completamente obsesionado con Borges... ¿Cómo lleva usted su propia adicción?
-Bueno, en el caso del personaje es algo excesivo hasta la comicidad, que no deja de citar y citar al maestro, y que requería de alguien que le pusiera los pies en la tierra; que, en definitiva, le advirtiera de que era un verdadero coñazo. Deformándolo de esa manera conseguiría un efecto... desacralizador, para que no estemos siempre dándole vueltas a las mismas lecturas. Deberíamos estar hartos de adorar a los mismos ídolos de mármol. Yo necesitaba librarme de Borges de una forma parecida a la que en su momento lo necesitó Fernando Quiñones. Forma parte de mi equipaje sentimental, es cierto, pero es que ya tocaba... eludir la sombra de ese mito.
-Un clásico: el último congreso de la Caballero Bonald abordó la dialéctica periodismo/literatura. Su libro se mueve abiertamente y sin complejos entre la crónica y la novela. Además, usted es redactor de un periódico y tiene publicada poesía, ensayo y relato. ¿Qué tiene que aportar al debate, si es que lo hay?
-El periodismo está sujeto a unas normas, a unos rigores, de los que yo decidí prescindir, aunque el texto guarde el tonillo de una crónica periodística... «En cualquier caso, trato de deslindar todo lo posible el trabajo que hago en el periódico del que hago en casa. El único punto de encuentro es que gracias a la tarea periodística me acerco a los creadores y, de esa forma, aprendo maneras para mi faena particular. Procuro marcar la línea: el periódico me da de comer, pero el único momento sagrado es cuando me siento en casa, aunque sean las doce de la noche y las pestañas se me caigan de sueño, y escribo lo que quiero, sin que nadie me dé instrucciones ni me marque el espacio».
-Ve Cádiz por todas partes, no se la quita de la cabeza...
-Sí, claro, se nota que con Cádiz tengo una relación de amor odio importante... No por nada, sino porque creo que una buena manera de querer esta ciudad es someterla a algunos juicios severos... Pero tú viajas con lo que eres, con tu mochila emocional, y ahí pesa Cádiz. Es inevitable. Además Sicilia es muy andaluza, un poco... como andar por casa. Un pintor siciliano decía que, pintara lo que pintara, Sicilia siempre está ahí. Creo que a mí me pasa lo mismo.
-Mezcla usted una manera muy precisa, con un sentido de la proporción muy cuidado, anécdotas, notas de historia, referencias cinematográficas, literarias, descripciones, reflexiones... ¿Lo más difícil ha sido conseguir ese equilibrio?
-El Viaje tiene cinco años de trabajo y cinco versiones distintas. Eso son muchas horas de ingeniería para que todo fuera encajando, para que el resultado no fuera árido ni pedante, ni un diario íntimo, ni un reportaje puro y duro... Y mientras lo escribes, acumulas lecturas, vivencias, que te hacen replantearte las cosas, y te obligan a reestructurarlo todo, siempre cuidando de que no resulte un ladrillo... Es complicado, sí, desde el punto de vista técnico, que cuaje todo en la cocina del libro, pero lo más difícil es hacer la digestión de un montón de emociones y fervores interiores que están ahí, y que hay que trasladar al papel... Luego, con oficio y triquiñuelas, el texto se pone en pie y finalmente... deja un poco de ser tuyo, para ser de los lectores.
-¿Le gustaría que alguien viajara a Sicilia tras los pasos de su personaje?
-Ja, ja,ja... Pues lo he pensado, no te creas, porque sería una manera de proseguir la cadena. Ferdinando Scianna, autor de las fotografías del libro, realizó su primer viaje por la isla siguiendo los pasos de otro libro de fotografía, así que es imposible no fantasear con la idea de que algún loco, algún día, continúe con la saga... dperez@lavozdigital.es