Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Opinion

Ideología y ciencia

Si J. Watson, el famoso genetista y Premio Nóbel de Medicina en 1962, hubiera dicho una estupidez sobre los circuitos de silicio nadie se habría inquietado. Pero si las afirmaciones son acerca de su especialidad científica, la genética humana, y se despacha insinuando la inferioridad de la raza negra, el escándalo está servido, afortunadamente, hay que decir, en este caso. Ya hace unos años protagonizó otro numerito al proponer despenalizar el aborto de las embarazadas cuyos fetos «portaran los genes de la homosexualidad».

MANUEL VERA BORJA
Actualizado:

El tema es preocupante desde varias perspectivas. Replantea el racismo que creíamos superado (EEUU a finales de los 60, Suráfrica en los 90) y da alas al racismo latente que se expresa a través de los neoconservadores (neocons), con la vuelta a la segregación racial en las escuelas norteamericanas. Da argumentos (falsos) a los partidos racistas europeos, hoy en auge, en su lucha contra la inmigración; y en general, alimenta esa monstruosidad entre la gente poco formada o prejuiciosa: «Lo dice un Premio Nóbel», igual que antes se decía: «Lo ha dicho la televisión» como un incontestable argumento de autoridad.

Más allá de la evidencia de que algunos Premios Nóbel han ido a parar a las manos de verdaderos cafres o genocidas (Kissinger), hay que pensar que la inteligencia está un poco más repartida de lo que se cree, y así, la enorme sabiduría de un físico como Einstein, no lo convierte en una persona social o emocionalmente inteligente. De hecho, la tópica imagen de los «sabios despistados» explicita esta realidad.

Pero el tema de los valores y la ideología en la ciencia no es un tema baladí. Una ciencia totalmente libre de valores no es posible, ni siquiera en Física o Medicina y menos en ciencias sociales. Se suele decir que los científicos sólo ven lo que quieren ver, porque, en efecto, su ideología o creencias determinan lo que están dispuestos a entender. Además, lo que investigan es lo que las empresas, los gobiernos, las universidades están dispuestas a sufragar, que para nada está libre de intereses, prejuicios y en definitiva ideología. Un científico encerrado en su laboratorio no es inocente acerca del uso que se hace de su ciencia. De hecho, el Nóbel nació de los remordimientos que el invento de la nitroglicerina provocó en su inventor.

En ciencias sociales son muchos los científicos que se han ocupado del tema, desde Weber a Habermas, Schulz o Gouldner. Un resumen de sus planteamientos es que, además de intentar objetivizar los planteamientos científicos y ser consciente del contexto y finalidad en y con que se produce la ciencia, hay que explicitar la ideología a la que el científico, en su condición de ciudadano, no debe ni puede renunciar.

El problema es cuando se pretende dar gato por liebre y se presenta como verdad científica lo que es fruto de creencias, ideología o prejuicios, como es el caso de Watson, un racista indisimulado que filosofa acerca de la inferioridad de la raza negra sobre la base de su experiencia contratando braceros. Razonamientos de este tipo revelan su amoralidad (vender libros gracias al escándalo) o estupidez, como poseedor de una mente simplista y prejuiciosa. Por muchas disculpas que pida, la autoridad moral que el Nóbel le confiere es una provocación. ¿No está previsto retirárselo a los que incumplan fehacientemente el espíritu con que fueron creados los premios?