Andar por los caminos
Cinco de la mañana, me preparo, me pongo pantalón corto, cojo la linterna, agua, gorro y radio. Comienza mi caminar y salgo fuera de la ciudad, atrás queda el ruido, las luces, la gente, ya nadie a la vista, tensa oscuridad, sólo la linterna que alumbra los caminos, la radio mi única compañera, la política buen tema, mis ojos se adaptan a la penumbra, veo parte de contaminación lumínica de la ciudad reflejada en la vereda, me paro, miro hacia tras, ¿seis, siete kilómetros?
Actualizado:Observo el firmamento estrellado, presto atención sobre la Osa Mayor, el carro con sus siete estrellas, un poco a la derecha las tres Marías con sus tres luceros. Pudiera haber vida allá y tal vez nos estén mirando ahora, qué misterioso es el infinito. ¿Por qué tan extenso? Por primera vez en la historia, el universo se contempla a sí mismo. Cuando nos miramos esas estrellas nos estamos mirando a nosotros mismos, ya que nuestro organismo está compuesto del mismo material. He de dejar la observación, ya que mi cuerpo se paraliza por la adrenalina, me pongo en guardia ante un peligro que surge a mi derecha, respiro tranquilo al ver que es una perdiz la que alza el vuelo.
Sigo mi andar, la travesía se hace demasiado larga, decido acortar para regresar a la ciudad por otros caminos, esta vez más tortuosos, ancestrales, de carros, la linterna me ayuda.
La noche se va, el lucero de la mañana anuncia un nuevo día, los pájaros despiertan, una brisa suave que anuncia, acaricia mi cara sudorosa, el verano no da tregua aunque el sol se oculte. Siete de la mañana, ya piso camino firme, el amanecer ilumina la senda, la ciudad a la vista, doy un paso en falso apunto de caer, alargo la pierna, no pasa nada. Pasa que, por poco no piso unas criaturas, un grueso y bullicioso camino de hormiga. Me paro, mis posaderas en el suelo, las contemplo, laboriosidad formidable, unas vienen otras van, no tropiezan, algunas se hacen las encontradizas, se dan con el morro, se huelen, saludos mutuos, cada una sigue su camino tan contentas.
Me levanto, me despido de aquellos seres formidables. Algo interior alegra mi espíritu, incluso alivia el cansancio, me conforta. Camino relajado, pasos más lentos, ya no tengo prisa por llegar, el tiempo se ha paralizado con esta experiencia, creo en la felicidad, en descubrir cosas nuevas. Vuelvo a pisar la ciudad después de tres horas de ausencia.
Esteban Fernández Villegas. Cádiz