Sonidos sin fronteras
El nuevo disco de Iron and Wine se despliega entre ecos de culturas exóticas sin abandonar las raíces de la tradición sureña estadounidense
Actualizado: GuardarCon esa poblada barba, que le da aspecto de granjero hippy, Sam Beam transmite serenidad; pero la vivacidad de su mirada, con algo de asceta iluminado en ella, puede llegar a producir cierta inquietud. Quizás esos dos términos, serenidad e inquietud, sean los más precisos a la hora de definir la música de este compositor de 33 años, natural de Carolina del Norte y actualmente residente en Austin, Tejas, que actúa bajo el sobrenombre de Iron and Wine (Hierro y vino) no se sabe muy bien por qué extrañas razones. Puede que la placidez luminosa del entorno sureño que siempre le ha rodeado también haya influido en la tonalidad lánguida de de sus recursos melódicos; o la estabilidad de una vida sentimental más o menos convencional que no le ha producido ningún sobresalto pasional, al menos en los últimos años, quién sabe. Lo cierto es que aunque desde sus inicios Beam siempre se haya mostrado seguro y templado, poco a poco se ha ido dejando llevar por una inquietud artística evolutiva que ha encontrado su punto culminante, por el momento, en The Shepherd's Dog (Sub Pop-¿Pop Stock!, 2007), su admirable y último disco.
Tanto en The Creek Drank the Cradle (2002) como en Our Endless Numbered Days (2004), sus dos primeros discos de larga duración, Sam Bean se manifiesta, sólo con su guitarra o en escasa y acústica compañía, como un narrador entre místico y naturista que parece no querer molestar al oyente. Susurrante y nítida, la voz de Bean entronca con la generación neo country a la que pertenece de refilón, pero muchos de los arpegios sencillos y envolventes que pulsa con las cuerdas de su guitarra pueden emparentarle con los Simon & Grafunkel más desnudos. Son canciones que suenan intimistas pero no se hacen ásperas. Ambos álbumes, gobernados por un sonido enternecedor sin llegar a ser dramático, fueron rápidamente superados por Woman King (2005), un extended play de duración generosa en donde Iron & Wine da carpetazo a la economía de arreglos instrumentales para avanzar hacia un terreno menos acomplejado y más vívido. Un paso de gigante que tendría inmediata continuidad en In The Reins (2005), un trabajo hecho en comandita con Calexico, sin ningún tipo de complejos y que acabaría siendo una lección magistral de eclecticismo sonoro que dejaba una puerta abierta hacia destinos más fructíferos y aún menos encorsetados.
The Shepherd's Dog es la primera parada de ese destino que se prevé fecundo a la vez que enigmático. Sin abandonar a su tropa habitual (Jim Becker, E.J. Holowicki, su hermana Sarah Beam), Sam Bean vuelve a dejarse acompañar por dos Calexico (Paul Niehaus y Joey Burns) y, sobre todo, por su productor habitual Brian Deck, quien, además de haber trabajado anteriormente con alguna de las bandas señeras del sonido underground de Chicago (Tortoise, The Sea and Cake), es uno de los componentes de Califone (también colabora Jim Becker, otro componente de este grupo). Entre unos y otros han convertido Iron & Wine en un fértil crisol de armonías renovadas que traspasa fronteras rítmicas y se embebe en influjos asiáticos, africanos, jamaicanos y latinos para converger en una riqueza conceptual única y fascinante. A dos meses para acabar este 2007, The Shepherd's Dog ya se perfila como seguro candidato para figurar en más de una lista con los mejores discos del año. Tiempo al tiempo.