PASADO. Imagen del Campo del Sur en 1900 (izq), y derribo de las puertas del Mar en 1906 (drcha).
Cultura

Historia acorazada

Construidas como defensas militares, las murallas y fortificaciones de Cádiz son en la actualidad importantes joyas del patrimonio artístico de la ciudad

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La pugna del proyectil y la coraza, una vieja teoría militar, establece que todo avance en las técnicas de asedio de una fortificación recibe una respuesta simétrica en las fórmulas de defensa. Por eso, cualquier invento o evolución en los métodos de ataque de la Historia ha sido contrarrestado con una mejora en los modos de blindajes de pueblos, ciudades o imperios. Cinco siglos de invasiones y batallas así lo atestigua.

La ciudad de Cádiz ha sido un claro ejemplo de esta lucha por la supervivencia de sus tierras. El arqueólogo, restaurador e investigador de Historia medieval de la Universidad de Cádiz, Alberto Ocaña Erdozáin ofrecía hace unos días una conferencia divulgativa en la casa de Ceuta y daba algunas claves sobre la existencia de este tipo de edificaciones en la provincia. ¿Cuándo surgieron las murallas?, ¿por qué algunas desaparecieron?, ¿existen más restos bajo tierra? «Nunca podremos conocer todo lo que hubo. Habría que derribar Cádiz y eso, obviamente, es imposible».

La extensión de Gadir

La Historia de las murallas gaditanas arranca en la época medieval puesto que, hasta el momento, no se ha descubierto ningún resto de fortificación en la ciudad perteneciente a los periodos protohistóricos o romanos. A este respecto, Ocaña confía en la teoría del experto Ruiz Mata quien considera que Cádiz sí podría haber contado con una muralla de esta época si se considera que el yacimiento de Doña Blanca en El Puerto de Santa María pudo haber correspondido a lo que los fenicios llamaron Gadir, siguiendo así la creencia de que la Cádiz fenicia pudo haberse extendido no sólo por la isla de la actual ciudad sino también por otros lugares de la Bahía.

En este caso, Cádiz habría contado con uno de los sistemas amurallados anteriores al medievo, más interesantes y mejor conservados del Mediterráneo. «En este sentido, no debemos aplicar la visión actual, y pensar que lo que había en El Puerto, que por supuesto no existía entonces, era tan Cádiz como lo era lo que había en los actuales terrenos de la capital».

Pero, fue a partir del año 500 cuando este tipo de construcciones tuvieron mayor presencia debido a las violentas guerras del mundo medieval. Es, en este momento, en el que se construye un nuevo edificio fortificado: el castillo. «Era la máquina militar más compleja y refinada de su época. Reunía tres condiciones que lo hacía único respecto a la mayoría de los tipos de fortificación: acogía guerreros, no militares profesionales, la iniciativa de su construcción podía ser privada, no sólo estatal, y además en él existía la vida doméstica. Era en definitiva una casa fortificada, con importantes implicaciones simbólicas y de representación del poder», opina el profesor Ocaña.

De esta época sí existen algunos restos en Cádiz. En algunos dibujos realizados a partir del siglo XVI es posible vislumbrar cómo era la muralla urbana medieval de la ciudad, de la que hoy sólo subsisten algunos tramos, muy transformados, enterrados en el caserío algunos y en general desconocidos para la mayoría de la población. De los más populares, en el barrio del Pópulo, el Arco de los Blanco, que se consideró la entrada principal o Puerta de Tierra de la villa medieval y que pudo construirse al tiempo que el resto de la fortificación y que la alcazaba. En el XVII tuvo que ser restaurado y en 1621 una familia de comerciantes, los Blanco, pidió permiso para establecer en ella una capilla dedicada a la Virgen de los Remedios, finalizada en 1635 y hoy perdida. De este resto de muralla, sólo se conserva la parte interior del arco.

El castillo de Don Rodrigo

Al comenzar la expansión por el Atlántico de Castilla, Cádiz comienza a tomar fuerza como punto estratégico y comercial. Rodrigo Ponce de León, I Marqués de Cádiz, ocupó durante un tiempo la ciudad, para así hacerse con un puerto que le sirviera para competir con su gran rival, Enrique de Guzmán, que era Duque de Medina Sidonia y tenía Sanlúcar de Barrameda. Entre 1470 y 1490 Don Rodrigo construyó en la ciudad un interesante castillo que estaba situado junto al hoy rescatado teatro romano.

«Algunos elementos arquitectónicos de este castillo lo ponen en relación con el de Santiago de Sanlúcar, lo que sugiere que quizás hubiera una labor de espionaje de por medio. El fuerte, conocido como el Castillo de la Villa, fue transformándose y degradándose con el tiempo hasta que la explosión de 1947 se llevó por delante lo que quedaba de él».

La practica totalidad de las fortificaciones de Cádiz se levantaron durante la época moderna (de 1500 a 1800). Durante el siglo XVI se enviaron a Cádiz por parte de la Corona, algunos de los ingenieros más reputados del momento, la mayoría de ellos de origen italiano, como Juan Bautista Calvi o Benedeto de Rávena.

El veterano de Flandes

Pero, como recuerda el investigador, dichas edificaciones no fueron capaces de impedir el asalto a la ciudad del II Conde de Essex en 1596. «El Conde saqueó Cádiz a su antojo, sin que opusieran resistencia ni el corregidor, que corrió a esconderse al castillo al oír el primer tiro, ni el Duque de Medina Sidonia, que era el encargado de defender la plaza y tardó 17 días en acudir al rescate de la ciudad. Sí destacaron algunos gaditanos, como un veterano de la guerra de Flandes que montó, solo, una barricada en su calle, y con un viejo arcabuz empezó a descerrajar tiros a todos los ingleses que pasaban, hasta que lo mataron».

Este momento supone un antes y un después en la historia de las fortificaciones gaditanas. Felipe II llegó a plantearse, por seguridad, trasladar toda la población a El Puerto, pero finalmente se optó por dotar a la ciudad de un circuito amurallado a la altura.

A partir de 1598 comienza un largo y laborioso proceso de construcción, que empieza con la construcción del Baluarte de Santa Catalina y que sólo se verá completado a mediados del siglo XVIII, con la configuración final de las Puertas de Tierra y el cierre completo del cinturón amurallado, donde destacaban además el Baluarte de la Candelaría, de 1672, y el de San Sebastián, de 1706. El proceso de construcción fue largo y lento. Tanto que se estima que si Cádiz fuera asaltada hoy, y se siguieran los mismos plazos, el mismo blindaje no se conseguiría hasta el año 2150. «El sector más complicado siempre fue el del Campo del Sur, pues la fuerte incidencia del mar hacía muy complicado construir en esa zona, aparte de que se consideraba que un desembarco por esa parte sería muy improbable».

Desde mediados del siglo XIX las fortificaciones van perdiendo valor por distintos cambios en las técnicas militares, pero también políticos y de pensamiento, de tal forma que se empezará a asociar a las murallas con algo anacrónico que impedía el progreso y el ensanche de las ciudades.

El derribo

«En Cádiz se fue creando una corriente de opinión que exigía la demolición de las murallas, hasta que finalmente en 1906 comenzaron los trabajos de derribo, que se llevó por delante algunas construcciones realmente interesantes, como la monumental Puerta del Mar». Pronto se dieron cuenta de que era una tarea económica y logísticamente complicada, en particular por la gran calidad de la construcción y por la dificultad para deshacerse de los escombros.

En cuanto a la época más contemporánea, el único vestigio de la fortificación en hormigón armado que queda en Cádiz es el búnker situado frente a Cortadura, en la carretera hacia San Fernando que se levantó en los años de la II Guerra Mundial. La construcción contaba con uno gemelo en el lado opuesto del camino, protegido por la Comisión de Patrimonio pero que fue derribado, por no llegar a tiempo la orden, para construir el paseo marítimo de Cortadura. «La fortificación en hormigón armado es menos pintoresca que la medieval o moderna, pero igualmente parte de nuestra historia de la arquitectura», considera el historiador.

Alberto Ocaña valora de forma positiva la puesta en valor de algunos rincones amurallados como el Baluarte de la Candelaria o el Castillo de Santa Catalina que, actualmente, se han integrado perfectamente a la vida cultural de la ciudad. Pero, esta situación no se repite con otros rincones de interés, actualmente en desuso o infravalorados. «Se podría sacar más partido de forma global a un circuito amurallado que es de los más interesantes que existen de esta época en toda España». Un patrimonio que contribuyó a hacer fuerte y rica a la ciudad en una época pasada y que, ahora, podrán volver a relucir como nunca.

malmagro@lavozdigital.es