Alrededor de una botella
El botellón enla zona del parque González Hontoria aglutina todos los fines de semana a cientos de jóvenes jerezanos
JEREZActualizado:Una polvareda se levanta más allá del puente por donde pasa el tren. La oscuridad de la noche toma, de forma súbita, un tono a polvo blanquecino como consecuencia de un derrape, una frenada o un tubo de escape que vomita humo y olor a gasolina recalentada. Desde la lejanía se abre paso un ruido de golpes monótonos. Es lo último de la vanguardia musical. Unos le llaman reguetón, y otros balbucean palabras sinónimas de truenos y centellas. Los chicos se han aglutinado debajo el puente, parece una paradoja que todo el que no encuentre cobijo tenga que irse precisamente a ése lugar. «Es lo único que nos queda para tomar una copa tranquilos. Venirnos aquí a alternar porque ya no nos queda otro lugar. Ya sabes lo que pasa… una copa larga cuesta seis, siete o hasta ocho euros en algunos sitios. Aquí, hacemos un escote y con tres euros que pongamos nos apañamos para beber durante toda la noche», declara un chico mientras le da vueltas a los hielos que sobreviven dentro de vaso de plástico.
Más allá hay dos parejas reunidas. Van vestidas de gala. Es una pena que el bonito peinado que lleva una de las chicas se vea pronto lacado por la acción de las montañas de polvo provenientes de la zona de atrás. Toman refrescos enloquecidos y charlan distendidamente. Uno de los chicos afirma tajantemente que «no me gusta nada esto, pero no hay más remedio que apañarse con lo que hay». El poder adquisitivo no da para más.
Diversidad
Hay de todo un poco. Parejas solitarias que abren las puertas del coche, grupos de los veteranos –que con veintidós años pegan los últimos coletazos a la botellona– y chicos con coches tuneados. Una banda roja que cruza un lateral, una antena que sobresale del techo con la bandera del Barça, más reguetón y muchos oros colgados del cuello. Un piercing y una luz azulina que sobresale a ras del terreno calizo. La pareja solitaria comenta que «lo más triste es ver a niños de apenas catorce años zumbados ya por el alcohol. Es lamentable. Todos hemos hecho locuras alguna vez, pero esto da pena. Son niños, y acaban muy mal, con botellas de tinto con refrescos de limón y algunos hasta con güisqui».
Es el mundo de la botellona. Es el ambiente de muchos jóvenes cuando se dobla la esquina del fin de semana. Algunos se ven atrapados a acudir al parque para tomarse unas copas los amigos. Otros, en cambio, aprovechan para gastar un poco de gomas de las ruedas, hacer alguna travesura con la moto o beberse una botella de algo que tenga más de veinte grados y ponerse a dar saltos. Jerez no se salva. Carlos se atreve a comentar que «con esto no se acabará nunca porque ya forma parte de la cultura española. Yo sé que en Alemania esto es inconcebible, porque he trabajado allí y cuando lo cuentas no lo creen. Pero es una realidad a la que los jóvenes nos vemos atados hasta que en los bares de copas les dé por poner un trago largo a un euro. Y eso es una utopía».
Y una queja de casi todos los chicos con algo que contar en esta historia: al parecer «la Policía ni se entera –comenta Carlos–. Alguna vez los hemos llamado porque hemos visto a algún loco hacer cosas con la moto. Pasan a los veinte minutos, de largo, y se pierden en el espacio», afirma. Quizá algo de más seguridad sería más que necesario. Sobre todo cuando el alcohol corre con tanta alegría como lo hace en estos lugares de nuestra moderna sociedad a la que todos llamamos botellona.