Olores
Actualizado: GuardarUsted ya sabrá que una conocida marca de perfumes ha sido instada a retirar una campaña publicitaria por haber herido sensibilidades. Las sensibilidades heridas son las del gremio de enfermeras, figura que esa campaña utiliza como reclamo sexual. La marca de perfumes lleva largo tiempo anunciándose y no hay día, desde hace años, en que no veamos tres o cuatro spots. En cuanto a la campaña polémica, forma parte de una familia de anuncios que sigue en pantalla y que es muy fácilmente reconocible: usted se pone el potingue, una señora lo huele e inmediatamente se transforma en hembra en celo dispuesta a devorarle al grito de bom, chika, wah, wah. Se supone que usted ve eso y corre a comprarse el producto.
Que los hombres se perfumen no siempre ha tenido buena reputación. Alguien recordará aquel poema en castúo de Gabriel y Galán (otros lo atribuyen a Chamizo) que se llamaba Varón y donde un campesino expresaba su desagrado por los hábitos higiénicos que su hijo, estudiante, había adquirido en la capital. Gabriel y Galán prefiguraba, sin saberlo, al prototipo metrosexual, y lo despachaba con aquello de «¡Me jiedin los hombris/ que son medio jembras!». Yo creo que, si por los varones fuera, todos oleríamos a una mezcla descuidada de choto, tabaco y cuero revenido, como olían antes los cuarteles y como quería el paisano de Gabriel y Galán.
Es la inflexible presión femenina la que nos empuja a oler como señoritas y, después de todo, nadie negará que la vida social se dulcifica con ello. ¿Pero cómo convencer a los hombres para que se perfumen? Prometiéndonos la satisfacción de todas nuestras fantasías sexuales, incluidas las más bobas, como la de la enfermera. Claro que una cosa es juguetear con las fantasías y otra sugerir que las enfermeras están para eso.Los que hayan leído El perfume de Süskind recordarán cómo acaba: el maestro de los aromas, el siniestro Jean-Baptiste Grenouille, en un exceso de ambición y deseo, se perfuma de manera tan seductora y en tal cantidad que acaba devorado por una horda de indigentes. No precisaba Süskind si los seducidos caníbales aullaban bom, chika, wah, wah.