Tu vida va en ello
José Tomás -que por cierto, a la hora de arriesgar tiene algunos becerros en el armario de esta temporada- ha dicho de Enrique Ponce que arriesga lo mínimo. Y no se equivoca. Esto del toreo no es cuestión de mandar 20 temporadas en el escalafón de las revistas, ni del brillo de alamares con aroma de churros. Ni siquiera se trata de toros con buen son, de animales que propician el dibujo del esbelto tobillo de los figurones en tardes de azahar mortecino, ni de genios resucitados en vuelos pretendidamente sobrenaturales de capotes mágicos. Antes de todo eso, de que aflore la libidinosa espuma en los coloquios del arte en un hotel, el rollo de los toros se resume a un combate a muerte entre una fiera y un hombre que, además de salir vivo, debe intentar el hecho artístico, que de por sí es hecho inútil.
Actualizado:Así que no cabe ver en tal o cual flaqueza un motivo utilitario: que si queda mucha temporada, que si mañana va a Sevilla, que si el toro no merece la pena. Esto lo vieron muy claro los miembros de las peñas de Pamplona en su monumental batalla entre el sol y la sombra en las tardes de julio -in vino veritas, ya saben-, con su peculiar celebración de los 25 años del grupo Barricada. Alguien sin pase VIP en los cielos del escalafón se las veía con un Cebada tobillero a medio metro de la gloria eterna cuando se arrancaron los tendidos.
No se referían con sus gritos al coulis de frambuesa de la fiesta moderna, no era cuestión de tendencias fashion y toreros de pasarela de Armani. Aquel día volvían a sudar en las gradas de antiguos coliseos, las manos al aire y los pies firmemente asentados en la raíz milenaria de la lucha inservible por y contra la vida. Y sonaba así:
«Tu infantil sueño de loco / no es respuesta demencial / este juego ha terminado / mucho antes de empezar. / Anónimo luchador / nunca tendrán las armas la razón / pero cuando se aprende a llorar por algo / también se aprende a defenderlo. / Estás asustado, tu vida va en ello / pero alguien debe tirar de gatillo».