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Editorial

Tensión kurda

L a petición del Gobierno turco al Parlamento para que le autorice a atacar las bases en Irak del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), a pesar de las reticencias de sus aliados estadounidenses y las reservas de Bagdad, amenaza con incrementar peligrosamente la tensión militar y política en la zona. Turquía, sin embargo, parece decidida a arrostrar las consecuencias de una incursión armada para tratar de evitar que el Kurdistán acabe contagiado por la prolongada inestabilidad iraquí. Presionado internamente tras el asesinato de 30 de sus ciudadanos a manos del PKK, el Ejecutivo de Tayyip Erdogan interpreta que el terrorismo kurdo ha encontrado en la crisis provocada por la invasión de Irak un campo de prueba inmejorable para provocar una conflagración general, con la aspiración de involucrar al Kurdistán iraquí. Aunque Washington siempre ofreció garantías de que la citada región nunca obtendría la independencia, la opinión pública turca observa con inquietud cómo la única área estable de Irak se convierte en santuario de unos 3. 500 activistas kurdos.

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Sin embargo, Erdogan debería sopesar las consecuencias de una actuación militar unilateral, que despierta también el reproche de la UE con la que Turquía ha de negociar el proceso de adhesión. Es necesario que el Gobierno de Ankara interiorice su complejo problema doméstico con el separatismo kurdo como una cuestión subordinada a los intereses de todo el territorio y, especialmente, a los de la seguridad fronteriza entre su propio país e Irak. Como lo es que encauce su malestar hacia EE UU por el eventual reconocimiento del genocidio armenio cometido por las fuerzas otomanas en 1915. Porque las intervenciones contra los kurdos y el deterioro de su alianza con EE UU sólo contribuirían a añadir un nuevo foco de tensión en el castigado Oriente Medio.