Editorial

Huida hacia la nada

La gravedad del atentado de ETA contra el escolta Gabriel Ginés, de los robos a punta de pistola de la organización terrorista en suelo francés y de la destrucción sembrada por jóvenes radicales en San Sebastián se confronta de manera nítida con el silencio o el alineamiento cómplice que protagonizan Batasuna y sus satélites. El posicionamiento que viene manteniendo la formación ilegalizada ante la ruptura del alto el fuego ha vuelto a poner de manifiesto que la principal batalla pendiente en el seno de la izquierda abertzale no es contra un enemigo exterior, sino entre sus propias facciones internas. El fondo de esa batalla intestina ha consistido siempre en la relación que la organización que represente a la izquierda abertzale decida establecer con ETA. Hasta ahora, quienes han defendido la autonomía de la organización civil respecto de la militar o bien se han visto obligados a autoexcluirse de la primera a título personal, o bien han quedado reducidos al más absoluto ostracismo dentro de ella. La disidencia sólo se ha expresado en términos de escisión con la creación del partido político Aralar. Un precedente que no parece nada probable que vaya a repetirse. Una vez más, la ilegalizada Batasuna ha optado, tras la quiebra del último alto el fuego, por el cierre de filas interno, reafirmando su papel subordinado respecto a ETA y alentando que sus seguidores más fanatizados complementen la acción de la banda con actos de terrorismo callejero.

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Por ello, resulta tan ingenuo como interesado sostener, como han hecho significativos sectores del nacionalismo institucional, que decisiones judiciales como el reciente encarcelamiento de destacados dirigentes de la formación proscrita suponen un obstáculo para la evolución de la izquierda abertzale hacia una pretendida autonomía respecto a ETA; y, en definitiva, hacia la democracia. Tal afirmación choca frontalmente con la experiencia, toda vez que cualquiera que haya sido el comportamiento del mundo exterior, la organización civil siempre ha optado por la misma alternativa: cobijarse bajo el manto de la organización terrorista. Por tanto, que el nacionalismo democrático insista en que la aplicación rigurosa de la ley entorpece no se sabe qué tránsito positivo por parte de la izquierda abertzale no genera otro efecto que ofrecer a quienes mantienen en su seno las actitudes y los discursos más intransigentes una inmejorable coartada para el inmovilismo. Por el contrario, sólo el rigor del Estado de Derecho, y de todas sus instituciones sin excepción, podrá alimentar alguna expectativa de que Batasuna y su entorno lleguen algún día a la conclusión de que el cínico escapismo de sus líderes constituye una huida hacia la nada. Una huida que conduce inexorablemente a sus militantes al callejón sin salida del sometimiento perpetuo al mandato del terror.