Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
EL MAESTRO LIENDRE

¿Cuándo caminará solo?

Hay conceptos convertidos en palabras que, a base de manoseo, pierden su significado real y, sobre todo, los matices que precisan para ser entendidos del todo. Uno de ellos es la fidelidad, la lealtad. En principio, a pelo, se considera que es una virtud, una cualidad o un mérito, pero como explica Comte-Sponville -con la sencillez de un sabio- esa percepción es errónea. La fidelidad, la lealtad, no son buenas por sí mismas. Se puede ser fiel al ideario asesino de Hitler o Stalin, a un marido maltratador o a un jefe patán, pero también se puede ser leal al ejemplo de Teresa de Calcuta, al mayor de los pacifistas o a un compañero de esos que nunca se borran. El hecho de ser fiel, por tanto, no es positivo ni negativo si no se aclara antes a qué. Vaya esta duda por delante para tratar de analizar el sinvivir que, otra vez, ha sorprendido a los gaditanos durante toda la semana con el Cádiz Club de Fútbol, la institución (pública o privada) más atendida y seguida de la ciudad, que llama la atención de los aficionados y de los que no lo son, que nunca llegan a explicarse la razón de tanto protagonismo, de tanto mimo.

PEPE LANDI
Actualizado:

Visto el capítulo número 4.000 de la chapuza que lo gobierna desde los años 80, cabe preguntarse si la fidelidad a esos colores, a esos símbolos deportivos o sociales reconvertidos en empresa privada merece la pena. Si tiene algún sentido ese cariño, traducido en aportación económica constante o esporádica, que le dedican no menos de 50.000 vecinos de Cádiz y, como poco, otros 20.000 repartidos por la provincia. Al margen de los acontecimientos de los últimos días, la reiteración en el sainete invita a una reflexión de mayor calado, porque el desgobierno, las dudas sobre la gestión económica y la falta de respeto hacia los clientes (abonados o compradores de camisetas, por ejemplo) son constantes hace más de 20 años.



El año de la marmota



Sólo hay que repasar la hemeroteca, una mañana cualquiera, en cualquier biblioteca pública. Sólo hay que tener un poco de memoria o pedírsela prestada a cualquier aficionado medio. Echando la vista atrás, es fácil comprobar que el Cádiz Club de Fútbol ha estado sometido a negligencias (cuando no corruptelas) de forma demasiado frecuente durante demasiado tiempo.

En los últimos años 80, algunos directivos se jactaban ya de gastar dinero del Cádiz cada noche en el Casino de El Puerto. También por entonces, la Guardia Civil descubrió decenas de millones de pesetas desparramados en el coche volcado de un dirigente del club, que venía de cerrar un traspaso de tan elegante forma, cuando tuvo un accidente. Desde entonces, los líos apenas han tenido pausa. Por el agujero que dejaron aquellos salieron Jesús Gil (que no es mejor persona por estar muerto), Fernández Garrosa (imputado por el caso Malaya), un espectral empresario japonés, Rafael Mateo, Antonio Muñoz (que, como escribía el otro día un ex jugador, ha estado en todas) o Míster Marshall Baldasano... al cabo, todos dueños de un prestigio para ser enmarcado.

Hubo descensos, amagos de desaparición, encierros, traiciones, millones de quita y pon, beneficios invisibles, deudas supuestas, colectas, ascensos involuntarios o con sospechas de amaño... de todo, menos transparencia, estabilidad y respeto al pagador. De todo, menos la normalidad que debe acompañar a una empresa adscrita a la industria del entretenimiento por mucha pasión que la rodee. Todo, amparado por una generación de periodistas deportivos -casi todos tan chorizos, como ególatras y analfabetos- que, afortunadamente, ya roza la jubilación para dejar paso a profesionales más respetables, en lo ético y lo estético. Todo, respaldado por dirigentes políticos aterrados por el populismo que rodea al fútbol.



Dudas razonables



Lo que ha sucedido esta semana, por tanto, no es nuevo. Esta tozudez en el escándalo, en la oscuridad, la media verdad y los intereses bastardos provoca muchas preguntas: ¿Merece tanto apoyo público (administraciones, medios, gente...) un equipo que nunca encuentra una gestión sensata y clara para los clientes que la sostienen? ¿Es tan buena una afición que consiente, siquiera por omisión, que siempre vengan sospechosos rescatadores para cubrir una gestión que nunca quiere ocupar un gaditano ni un cadista que demuestre, con hechos, esa condición? ¿Nadie entre tan numerosa afición tiene dinero, capacidad, ganas o dos de las tres cosas para comprar o dirigir el club? ¿Por qué las instituciones públicas, con tantas prioridades, destinan tanto tiempo y dinero a una empresa con ánimo de lucro que nunca revierte en la sociedad sus beneficios, cuando los hay? ¿Por qué una comarca con medio millón de habitantes ni ha olido la ACB o la liga Asobal? ¿Por qué no sabemos gestionarnos, en lo deportivo ni en lo demás? ¿Si Alonso, Gasol y Nadal son usados como imagen de una nueva España rica y eficiente, qué ejemplo se puede trasladar a la sociedad gaditana de su representación deportiva?

Todas estas preguntas quedarían resueltas si el Cádiz, como institución más visible de la ciudad encontrara una dirección coherente. Si no hay dinero ni suelos que vender, pues habrá que hacer un proyecto modesto, que su sitio natural por historia no es la elite. Si hay que crecer despacio, se hace. Si hay que vivir de la formación de jóvenes (lo más noble), se vive. Si hay deuda, se paga y si el negocio es una ruina, se cierra. Si hay gente dispuesta a pagar a escote mil veces, entonces, no será tanta ruina. Todo eso, sin pamplinas («cadista, hasta la muerte», «somos diferentes», «me he sacrificado»), sin recibir ayudas de Diputación y Ayuntamiento, que al resto de mortales no les mandan más que recibos de multas e impuestos.

Ha llegado el momento de pedirle al Cádiz respeto para su gente. Los cadistas no son más apasionados, listos ni tontos que los seguidores del Manchester United, la ópera, los Knicks o Harry Potter. Sin embargo, aunque a los dirigentes de Old Trafford, la Scala, el Madison o la Editorial Salamandra se les respeta el ánimo de lucro, nadie les consiente mangazos, espantadas o peticiones de limosna en su tarea. Gestionan el dinero que le dan los clientes y si hay beneficios, para ellos. Si no, adiós.



Memoria y miedo



No hay que tener miedo a ejercer de clientes, ahora que los clubes son empresas y sus dueños, especuladores. Ese papel no resta pasión al juego. Si gusta lo que ofrece un equipo, se paga. Si no, esperamos a la semana o a la temporada siguiente, a ver si mejora la cartelera. Así, a lo mejor aprenden a respetar al que paga. No hay temor, el sentimiento no desaparece.

Por exigir, reclamar o dejar de ir un tiempo no vamos a olvidar la bolsa de Simago que cubría el bocadillo del Trofeo; ni la estampita del Mago que Sánchez Reyes enterró con la primera piedra de su casa; ni a don José Mejías, ni el bautizo del Buitre; ni la pluma indígena que congeló Santander; ni lo bien que jugó el Zaragoza bajo el granizo; el recorte del marcador simultáneo; las tres manos de Carvallo; la pancarta de Linares; el sábado de Chapín, los nervios de ayer; la horita en el Bernabéu ni el golpeo certero de Diego el de la Margara... Nadie se va a llevar todo eso por pedir un mínimo de rigor a una empresa creada para generar beneficios -como todas- y diversión -como las de su ramo-, en vez de tanto bochorno.