El afilador
Extraños e insondables son los caminos de la memoria humana, desván en el que duermen los recuerdos hasta que un aroma, una imagen o un sonido los despiertan para que vuelvan al presente como amables o ingratos fantasmas hace tiempo olvidados. Paseas por la calle absorto en la normalidad de tu vida cuando, de repente, una melodía del pasado llega a tus oídos. Pero no se queda en ellos, como la mayoría, sino que te penetra hasta lo más hondo del ser, y alcanza los retazos de la infancia acumulados en el fondo del baúl, demasiado lleno, de tu existencia. Empiezas a recordar. El segundero continúa avanzando hacia el destino inexorable, pero la magia hace que el tiempo frene, se detenga, y dé marcha atrás desafiando las leyes del universo en el único lugar libre de su yugo eterno: el cerebro del hombre. Suena la musiquilla de la flauta del afilador, la misma que sonaba hace treinta años en el jardín de tu niñez: «ta-ra-ra-ra-riii, ti-ra-ra-ra-ra», y estás de nuevo en la casa de tus padres, asomado a la ventana y mirando al viejo con la boina calada, incipiente barba canosa, piel curtida, y las piedras de afilar acopladas a su viejísimo ciclomotor. Quieres ver saltar chispas, que tienen vida propia, y estás deseando que las mujeres empiecen a salir de sus casas con cuchillos y tijeras. Ahora sabes que durante una temporada los filos de casa volverán a cortar, aunque el tosco tratamiento sea para ellos más una mutilación que un afilado.
Actualizado:«Ta-ra-ra-ra-riii, ti-ra-ra-ra-ra» ya no eres un niño, quizá tú mismo llevas uno entre los brazos, y aún así buscas ansioso el origen de la música, deseando ver de nuevo al viejo y sus enseres. Pero es una moderna furgoneta lo que ves, ocupada por un hombre joven sin ninguna flauta entre las manos, pues lo que suena es una grabación. No hay motivos para ello, pero te sientes mal, como si te hubieran engañado; ya no hay magia. Ni siquiera sabes cómo sobrevive el moderno afilador en lugares donde la mayoría de la gente se compra un cuchillo nuevo cuando el viejo ya no corta. Sin embargo, ahí está. ¿Será nieto del viejo?
La furgoneta pasa mientras se esfuma el instante en el que has tenido en tus manos dos épocas al mismo tiempo, aquélla en la que aún creías que el futuro sería mejor, y esta en la que luchas contra ti mismo para no abandonarte a la idea contraria. Por un momento, la melancolía se ha instalado en tu espíritu, pero ya es hora de zarandearlo para que deje de distraerse y vuelva a mirar a donde debe y como debe. Porque sabes que no viniste al mundo para lamentarte. Mientras se entornan las ventanas de la memoria, a lo lejos se pierde un susurro: «Ta-ra-ra-ra-riii ». www.acadaunolosuyo.blogspot.com