Aceptar el fracaso
Estamos en una sociedad tremendamente competitiva donde a las personas se les mide por sus éxitos y se las infravalora por sus fracasos. Ser un triunfador o un perdedor determina a menudo la concepción que nuestros semejantes tienen de nosotros. Esto es cruel y no responde a la realidad de la naturaleza humana que es limitada, contingente y mortal. El 'hombre diez' no existe, porque la vida está compuesta de conquistas y frustraciones; todo no se puede conseguir. En cambio, la cultura del 'laurel y oropel' ignora está realidad tan básica de la condición del hombre.
Actualizado:Las generaciones actuales viven en el continuo miedo a la derrota. No han sido formados en saber asumir los fracasos de la vida como elemento necesario para abrirse a la esperanza y a la donación. Así sucede que cualquier desilusión profesional, desengaño amoroso, decepción en las relaciones humanas, chasco imprevisto etc, provoca un gran sufrimiento y en ocasiones lleva a situaciones o estados depresivos. Esta educación placentera y entre algodones crea hombres infantiles que se regodean de sus fracasos y piensan que lo mejor hubiera sido permanecer bajo la protección maternal que arriesgarse a experimentar mundos hostiles. Además, acontece que cuando la realidad no gusta o es frustrante se genera una serie de vías de escape mediante procedimientos mágicos. Pero también se dan conductas de huida hacia delante y serán los otros, las estructuras, la sociedad etc, los que tienen la culpa de las propias frustraciones. Y casi siempre la violencia se presenta como solución terapéutica.
La historia está abierta porque el ser humano ha sido credo libre. Sin libertad no cabría hablar de éxitos y fracasos. En el uso de nuestro ser libre nos jugamos el futuro personal y colectivo. La superación y aceptación liberadora de nuestros fracasos no viene por la vía de la apología del triunfo del pensamiento dominante, ni tampoco de las antropología negras al estilo de Cioran, Baroja, Baudrillard, Fakuyama, Foucault, que son agoreros de callejones sin salida. Sino que vencemos nuestras decepciones cuando intuimos que detrás de cualquier negatividad, está el impulso a buscar el bien, que se encuentra la posibilidad del retorno, de corregir lo herrado, de experimentar el perdón. Un paradigma de todo esto lo hayamos en la parábola cristiana del hijo prodigo (cf. Lc 15,11-32).
Pero la persona no sólo se mide por ser un sujeto libre y con capacidades estratégicas, sino también porque tiene voluntad y suficiencia para amar. Descubrir la fuerza transformadora del amor humano es la mejor arma contra esa conducta del fracaso negativa y egoísta, esa violencia exculpatoria tan de nuestros días, ese desfondamiento del ser que sufren tantos contemporáneos. Mirando al 'Dios Fracasado' que muere en la cruz, todo sufrimiento y contrariedad humana se convertir en resurrección. La última palabra de la historia no es el fracaso de la muerte, sino el triunfo de la vida.
No olvidemos que el hombre es homo viator, ser en camino, que apoyado en la fe y en la confianza, mira al futuro con esperanza. Ella es la fuerza que nos sostiene en medio de tantos desengaños y sufrimientos como hay en la vida. Es una potente luz que nos hace poder mirar el misterio que se encuentra detrás de cada acontecimiento. La esperanza es el mejor antídoto contra el fracaso. Por eso, cuando muere la esperanza en el corazón de las personas, desaparecen las culturas. ¿No estará sucediendo algo de esto en nuestra sociedad?