Opinion

Abandono escolar

Afortunadamente parece que la tormenta sobre la Educación para la Ciudadanía amaina y podemos dejar de gritar. Puede que incluso, razonar y buscar criterios que compartir sobre ese gran problema de la sociedad española que es el abandono escolar. Una cuestión que ha vuelto a poner en el ruedo la decisión de la Junta de Andalucía de conceder una generosa beca (600 euros) a los que, procediendo de familias con pocos recursos económicos, deseen continuar la secundaria post obligatoria.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Después de la marrullera interpretación inicial de la medida y las hipócritas acusaciones de electoralismo, hay que quedarse con lo sustancial: una medida de solidaridad o justicia social hacia los desfavorecidos, de esas que legitiman el sistema educativo como motor de la movilidad social ascendente. Una medida de progreso, en definitiva.

En su anuncio pareció entenderse que iba destinado únicamente al fomento del bachillerato, sin embargo subvenciona también los ciclos formativos de grado medio. Lo cual es una buena decisión, porque en España, el abandono escolar en la postobligatoria tiene más que ver con el desprestigio de la formación profesional que con el abandono del bachillerato por falta de recursos. De hecho, los que siguen el bachillerato, incluido un porcentaje alto de hijos de familias humildes, terminan graduados o licenciados en la Universidad en un porcentaje superior al de la OCDE o la UE.

El problema está en el desprestigio de los Módulos de Grado Medio y Superior. Si los alumnos españoles escogieran ese camino en la proporción en que lo hacen alemanes o finlandeses, la posición de la educación española respecto al abandono se corregiría drásticamente. Pero la cuestión tiene más fácil diagnóstico que solución. Es enormemente difícil conseguir el cambio de mentalidad que tal objetivo exige.

La multiplicación de títulos ofertados por la JA no ha bastado para arrastrar a tantos impacientes por dejar de estudiar materias que no les gustan y con frecuencia no entienden y lanzarse al mundo del trabajo (irregular, precario, descalificado, explotador y embrutecedor), en busca de ingresos con los que participar del festín del consumo (una moto, un coche tunado, ropa de marca, el móvil, el botellón, o el ocio en los centros comerciales y discotecas)

¿Qué difícil reconstruir el imaginario colectivo acerca de la dignidad de los oficios en un país tan dado a señoritos y pelotazos! A lo peor es el inevitable poso del legado histórico de un país que respondió con la contrarreforma, la inquisición y la hoguera a los impulsos éticos del protestantismo.

Es posible cambiar tendencias sociales con programas inteligentes, sobre todo con incentivos. Por desgracia o por fortuna, según el caso, hoy día es posible cambiar la percepción de casi todo gracias a la eficacia de la publicidad. La apuesta por la permanencia en las aulas debe dirigirse no solamente a los hijos de las familias que no puedan costear los estudios de bachillerato, sino, sobre todo, a quienes quieran conseguir un título profesional que les permita practicar el oficio que quieren ejercer sin abandonar los estudios. Prestigiar en la sociedad los oficios choca con la picaresca española que alimenta la economía sumergida. Nadie pide al fontanero o albañil un título y menos una factura con IVA. ¿Cómo puede competir un profesional con el chapú? Esto merece una reflexión de la comunidad educativa y de la sociedad española, comenzando por sus representantes políticos y sindicales.