Cultura

Más allá de la novela

Se advierte en la narrativa española una tendencia a traspasar los límites clásicos para invadir nuevos terrenos literarios

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Quienes se acerquen a Veneno y fiebre y adiós, la última entrega de la trilogía que Javier Marías ha titulado Tu rostro mañana, descubrirán que la novela se adentra de un modo definitivo en ese territorio algo nebuloso que en ocasiones conocemos como autoficción y en otras como metaficción.

La novela de Marías transcurre en los límites que separan lo imaginario y lo autobiográfico, lo inventado y lo real, lo mítico y lo contemporáneo. Podríamos decir que el mundo de la novela es una posibilidad muy semejante a nuestro mundo, una especie de universo paralelo que quedase al doblar la esquina y en el que la literatura y la realidad fuesen dos habitaciones intercomunicadas de la misma casa.

Por ejemplo, el protagonista de la narración, Jacobo Deza, es el profesor al que conocimos hace casi veinte años en otra novela del mismo autor: Todas las almas. También reaparece un personaje de textos como Corazón tan blanco o Cuando fui mortal: el villano Custardoy. Y dos de los personajes secundarios más importantes del libro son reflejos de personas muy cercanas al autor, concretamente su padre, Julián Marías, y su íntimo amigo el profesor oxoniense Peter Russell.

Hay también en Veneno y fiebre y adiós una evidente mezcolanza de géneros, desde la novela histórica hasta la literatura memorialística, la de espionaje o el ensayo. Este último tiene una curiosa preponderancia en una novela en la que apenas hay trama y en la que se completa una reflexión de índole moral sobre nuestro tiempo.

Mezcla entre realidad y ficción, literatura sobre la literatura y fusión de géneros: quizá estas sean las tres características que distinguen desde hace algunos años a una de las tendencias más importantes de la narrativa española contemporánea. Para el crítico José-Carlos Mainer, dentro de esta corriente, Marías «ha logrado, a la fecha, la construcción más sostenida, compleja e importante que tal voluntad (de estilo y de género) ha producido en las nuevas letras españolas».

Pensando en estos libros que quedan a medio camino entre la crónica y la novela, entre lo biográfico y lo ficticio, el profesor Claudio Guillén ha hablado de plurinovela. Otros lo han hecho de hibridismo, de escritura transversal o género anti-género. Algunos han recordado la definición que Italo Calvino dio para su concepto de hipernovela: el texto entendido como una «red de conexiones entre los hechos, entre las personas, entre las cosas del mundo».

Si la novela de concepción decimonónica aspiraba a poner en pie un mundo autónomo e independiente, la novelística contemporánea parece querer construir un juego de espejos que nos permita escrutar el mundo real desde todos sus ángulos. Por supuesto, todo está más o menos inventado y en Melville, en Borges, en Nabokov o en Thomas Pynchon encontramos clarísimos anticipos de la modernidad que nos ocupa. Pero en nuestro país al menos podemos situar en la década de los noventa el nacimiento de este interés generalizado por las zonas mestizas de la narración.

Quizá fue Georg Maximilian Sebald el autor extranjero que, en los últimos tiempos, más nos ha impresionado por su manera de escribir en la frontera de los géneros. El alemán, que siempre reconoció el magisterio de Thomas Bernhard y su «método de narrar periscópico», escribió todos sus libros combinando de una manera muy particular la ficción y la crónica, el quest y la autobiografía.

«Lo único realmente bello de la literatura es que todo está permitido», solía repetir Sebald reivindicando su derecho a sobrepasar los límites de la novela tradicional. En opinión del Nobel Coetzee, el gran mérito del alemán estribaba en que «fue capaz de despegarse una y otra vez desde el nivel de lo prosaico -el ensayo, las memorias- hasta el nivel de la poesía».

El fenómeno Sebald abrió definitivamente las compuertas que, dentro de nuestras letras, separaban la narrativa y el ensayo. A su alrededor habría que situar a escritores como Claudio Magris, John Berger, Antonio Tabuchi, Peter Handke o, en menor medida, Paul Auster. Todos ellos son autores de libros de difícil clasificación que avanzan con un pie en la realidad y otro en la ficción y que frecuentemente están llenos de referencias literarias y guiños autobiográficos.

Literatura heterodoxa

«La novela ha de ser un tapiz que se dispara en muchas direcciones: material ficcional, documental, autobiográfico, ensayístico, histórico, epistolar, libresco Son libros que mezclan la narración con la experiencia, los recuerdos de lecturas y la realidad traída al texto como tal». Lo ha escrito Enrique Vila-Matas, quien en los últimos años, a partir especialmente de la publicación de Bartleby y compañía, se ha convertido en el paladín nacional de la literatura heterodoxa. Sus libros son artefactos llenos de referencias librescas en los que la escritura llega a ser el único tema posible. Vila-Matas combina su condición de escritor con la de prestidigitador y, entre vistosos estallidos de humo, se transforma a sí mismo en sus propios protagonistas, esos seres de extraña consistencia que un día se llaman Pasavento y al otro Montano, esas criaturas que un día quieren desaparecer y al otro explorar los límites del universo.

También resulta muy llamativo el modo en el que por las novelas de Vila-Matas desfilan colegas convertidos en personajes. Escritores como Bernardo Atxaga, Alan Pauls, Roberto Bolaño, Jean Echenoz o Ray Loriga aparecen haciendo de sí mismos en las páginas del autor catalán.

Uno de los autores en lengua española más influyentes de la última década, Roberto Bolaño, compartía con escritores como Rafael Sánchez Ferlosio y Andrés Trapiello algunas líneas de diálogo en Soldados de Salamina, la novela que catapultó a Javier Cercas a la primera línea de la narrativa nacional y uno de los textos decisivos para entender el éxito de la metaficción entre nosotros. Relato real: ese es el término que Cercas propuso para un libro que aunaba la fabulación y la investigación histórica de un modo que cautivó al público y también provocó cierta polémica. Soldados de Salamina fue el comienzo de un pequeño boom de novelas que abordaban la Guerra Civil de un modo más ensayístico que narrativo, libros que volvían la mirada sobre la Historia conscientes de que, además de contar, podían explicar.

Aunque, probablemente, la consecuencia más curiosa del éxito del libro de Cercas adoptó la forma de otro libro. En El batallón de los perdedores, Salvador Gutiérrez Solís realizaba uno de los arabescos metaliterarios más curiosos de los últimos años: contaba el modo en que un grupo de desesperados plagiaban una «novela distinta sobre la Guerra Civil», que no era otra que Soldados de Salamina. En su ambiciosa desfachatez, el protagonista de la narración llegaba a entrevistarse con un estupefacto Javier Cercas. El último ganador del premio Lengua de Trapo, Pepe Monteserín, es otro autor muy aficionado a mezclar compulsivamente realidad y literatura. En su novela La conferencia. El plagio sostenible, el autor asturiano llegaba a citar casi un millar de autores y obras reales.

De algún modo, textos como los de Gutiérrez Solís y Monteserín representan el lado más festivo de esta nueva forma de novelar. Frente a ellos, encontramos títulos como Diario de 360 grados, de Luis Goytisolo, una obra de rara densidad protagonizada por un personaje innominado que encadena testimonios autobiográficos, reflexiones de naturaleza ensayística o fragmentos de una novela futura. «La novela carece de límites expresivos», ha dicho Goytisolo, un autor que desde sus comienzos se ha caracterizado por experimentar en busca de nuevos cauces de expresión narrativa.

Expansión

Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, es otro ejemplo de novela transfronteriza. Su autor la ha calificado como «novela de novelas», haciendo referencia a la multiplicidad de historias, tanto reales como ficticias, que confluyen en torno a la idea del destierro. Ambiciosa, fragmentaria y sinfónica, quizá sea ésta la novela escrita entre nosotros en los últimos años que consigue producir una vibración moral más parecida a la que encontramos en la obra de Sebald. Si Muñoz Molina ya había apuntado desde sus comienzos cierta tendencia a ir un paso más allá del carácter meramente narrativo de la novela clásica, a partir de Sefarad, para muchos su mejor libro, avanzaría decididamente en esa dirección.

El joven Isaac Rosa comparte con Sebald y con Muñoz Molina una preocupación por el modo en que las sociedades construyen su propio pasado. En la que hasta hoy es su obra más celebrada, El vano ayer, el autor sevillano abordaba un hecho real dando voz a personajes ficticios que iban componiendo la narración como si se tratase de un gigantesco comentario de texto, en el que cada nuevo testimonio cuestionaba y corregía al anterior. Quizá el giro más curioso del libro consistía en que el autor iba mostrando el modo en que el libro iba construyéndose, dejando al aire sus mecanismos y engranajes, e incluso mostrando todos los caminos que la novela pudo seguir y evitó: la novela de guerra, la policíaca, la realista, etc.

En Isaac Rosa el juego posmoderno no es un protocolo destructor sino una forma de conocimiento. Luis Goytisolo señaló pronto a Rosa como uno de los autores más interesantes del momento: «Le corresponde a él -y a otros novelistas innovadores- pasar de la parodia de los clichés existentes a la formulación de una propuesta literaria nueva». En los próximos años asistiremos a la consolidación de esa nueva propuesta, pero a día de hoy todo parece apuntar a que el futuro de la novela pasa por su expansión hacia los territorios literarios colindantes.