Lombao
Fiesta nacional, 12 de octubre, parada militar, programa especial en TVE y, en la locución, oh, cielos, Manuel Lombao, ese señor que parece empeñado en ser el protagonista de la jornada. Lombao es el maestro del comentario superfluo e inoportuno. Gritaban los soldados «Viva España», y Lombao nos ilustraba: «el grito de Viva España». Sonaba el himno nacional, y ahí Lombao, perspicaz: «Suena el himno nacional». Fue especialmente emotivo el homenaje a los caídos, porque estaban los familiares de algunos de los últimos soldados muertos en el extranjero, pero Lombao, irrefrenable, incontinente, seguía hablando y tapando con su voz la lectura de la oración fúnebre o, para ser más precisos, «esa especie de oración», según el propio Lombao decía. Luego vino el canto de La muerte no es el final, y entonces TVE procedió a mostrarnos la letra del himno en rótulo impreso en pantalla, pero empezó a hacerlo por la segunda estrofa, con la consiguiente confusión del espectador.
Actualizado:Esto, ciertamente, no fue culpa de Lombao, que seguía a lo suyo, hablando también sobre La muerte no es el final. ¿Y qué nos decía Lombao? Nos decía que eso que sonaba era La muerte no es el final. Por eso creo yo que es injusto decir que Lombao, acto seguido, habló para que el telespectador no escuchara los pitidos y abucheos a Zapatero. No, no: Lombao habló porque no puede dejar la lengua quieta. Y bien, en efecto, a Zapatero lo abuchearon, e incluso Lombao pudo oírlo. De ahí su circunspecto reproche a quienes turbaban ese «momento de recogimiento y de oración para la mayoría». ¿De oración y recogimiento? ¿Pero cómo va a recogerse nadie con la voz de Manuel Lombao sonando sin tregua! Era el momento en que la cámara de TVE venía a fijar la imagen en el rostro del presidente del Gobierno, ya aupado al escenario del homenaje a los muertos. Sonaba el toque de oración. Profundo, solemne. Pero para escucharlo era preciso, una vez más, hacer abstracción de esa voz zumbona e impertinente que tapaba la música: la voz de Lombao.
Con un gran esfuerzo mental, el espectador pudo fundir el final de los acordes del toque de oración con el espléndido estruendo de la Patrulla Águila, que venía tiñendo de rojigualda el cielo. Pero el ejercicio precisaba, cómo no, pasar por alto la voz de Lombao, que nos informaba de que eso que surcaba el aire, la Patrulla Águila, la misma de todos los años, era efectivamente la Patrulla Águila, del mismo modo que después nos precisaba que esa descarga de fusilería que estábamos viendo y escuchando era, oh, sí, una descarga de fusilería. ¿Qué pesado! Lo siento: nadie va a dudar de la veteranía y profesionalidad de Manuel Lombao, pero, como locutor, este hombre es un pelmazo.