El 'far west' del ciberespacio
La noticia del padre que ha presentado batalla a YouTube por la difusión de un vídeo donde se hacía escarnio de su hijo, aquejado de esquizofrenia, parece haber sacudido algunas conciencias a menudo indiferentes a estos fenómenos. Se trata de uno de esos casos que inesperadamente obliga a pensar. Sin embargo, la red es cotidianamente objeto de queja por transgresiones: chicas semidesnudas fotografiadas en la playa o en vestuarios; imágenes difundidas por ex novios/as para humillar a su antigua pareja tras la ruptura; exhibición de agresiones a menores o a indigentes indefensos; 'bromas' de diversa naturaleza, descolgadas por los desfiladeros del mal gusto. Internet es un enjambre con millares de celdas para alojar subproductos como éstos; e incluso en alguna de las zonas acreditadas, como el entorno Google con YouTube, cabe una violación tan descarnada y humillante como la divulgada estos días.
Actualizado:La intimidad ha sido considerada desde los primeros años de Internet como un asunto clave. Los estudios de Berleur y Brunnstein sobre una treintena de códigos fijaban, hace una década, la centralidad de esa inquietud. Se establecieron cuatro flancos sensibles bajo las siglas PAPA -privacy, accuracy, property, accesibility (intimidad, exactitud, propiedad 'intelectual', accesibilidad)-, pero esto no ha generado mecanismos solventes de respuesta. De hecho, se han convertido en patologías crónicas, y en concreto hay una vulneración recurrente del derecho a la autodeterminación informativa, concepto regulado por el Tribunal Constitucional alemán en los 80 que ampara al individuo para decidir por sí mismo (o sus tutores en el supuesto de menores y discapacitados) dentro de qué límites se pueden revelar situaciones referentes a la propia vida. Se ha impuesto la lógica de la libertad total, la inercia de los hechos consumados.
Con todo, este caso nos sitúa no sólo ante otro episodio de vulneración de la intimidad, sino ante una deflagración ética, una expresión aborrecible de banalización de la dignidad humana elemental. En el crepúsculo del deber -como sintetiza Lipovetski, en las democracias bajo una ética indolora-, se ha decidido mirar para otro lado. Se sabe lo que ocurre, pero no se quiere ver. Internet se distingue de los medios tradicionales en que éstos son soportes de oferta, en tanto que la red es un soporte de demanda, donde es el usuario el que va a decidir a la carta sobre los nutrientes de su dieta cultural. Esto parece desplazar al individuo toda la responsabilidad, como si no hubiera otra; aceptando que la red se convierta en el far west, donde se puede llevar una vida próspera y honesta, pero donde los desalmados encuentran un ecosistema óptimo para imponer su ley sin ley con la certeza de que en ese territorio globalizado son ineficaces los controles del Estado.
Así pues, parece asumido que la libertad -entendida como ausencia de control- es intrínseca a la red hasta la utopía de la acracia. Por tanto, requiere tolerar excesos y patologías. A pesar de sus implicaciones jurídicas, económicas, comunicativas, sociológicas, politológicas o pedagógicas, se ha impuesto la fascinación tecnológica, a menudo hasta la veneración, y se ha determinado que la libertad debe prevalecer sobre la seguridad, recurriendo de nuevo a la vieja dicotomía goethiana finalmente falsa dado que la seguridad fortalece la libertad y la libertad confiere sentido a la seguridad. De hecho, como sostiene Lawrence Lessig, catedrático de Harvard y autor del influyente El código y otras leyes del ciberespeacio, resulta absurdo sostener que Internet no puede ser regulado por ser de naturaleza irregulable, puesto que Internet no tiene propiamente naturaleza sino un modelo de códigos con los que evidentemente se pueden establecer controles. En definitiva, la arquitectura determina el uso. Decidir que las leyes tengan o no efecto, y qué leyes o valores, es algo que va a determinar quien tenga el control de ese código, esos códigos. Alguna de las mayores empresas de la red ha podido participar en espionaje para el Gobierno chino sin descabalgarse de su discurso de no ser controladas de ningún modo; y YouTube, como tantas otras, se limita a apelar a la confianza rechazando vídeos que violen la propiedad intelectual, fomenten el odio, contengan calumnias, invadan la privacidad, revelen información personal , pero si eso ocurre, finalmente no pasa nada. Probablemente, YouTube sólo ha reaccionado por la repercusión mediática de este caso; de no ser así, parece claro que prefiere evitar actuar para no dañar su imagen de lugar sin control.
Los nuevos soportes siempre generan nuevos problemas éticos. Estos a veces tardan en dirimirse adecuadamente y encajar. Sin embargo, el criterio de la Ley y la cultura cívica no debería fallar. Hasta ahora, frente a eso, ha tenido éxito el 'dumping' ideológico: cualquiera que plantee objeciones al funcionamiento de Internet es calificado, o descalificado, por su hostilidad al progreso. Una vez más la autorregulación (eufemismo de antiregulación) se impone sin fijar siquiera sus propias condiciones; como si no cupiera plantear que las ISP o las Web Hosting se hagan responsables del contenido de sus servicios; que ICANN y NIC asignasen dominios bajo una estipulación estricta de su uso y límites; y como si hubiera que aceptar que el entorno institucional -de la Agencia de Protección de Datos al Defensor del Menor- sean siempre los últimos en enterarse. Pero más allá de ese debate, el instinto humano, el sentido común, desdice cualquier coartada para exhibir una grabación descarnada y humillante de un ciudadano que sufre una patología mental como un freak circense.