Tesoros en la rebotica
Un pequeño museo recopila piezas antiguas y muebles donados al Colegio Farmacéutico por distintos boticarios
Actualizado:Botes de porcelana que conservaban los principios activos de las fórmulas magistrales, balanzas de metal que servían para pesar los componentes químicos, mostradores de caoba que daban la bienvenida a los clientes. Todos estos y otros muchos objetos pertenecientes a los dos últimos siglos de historia de las farmacias de la provincia se encuentran hoy en día expuestos en el museo que el Colegio Farmacéutico de Cádiz tiene en su sede de la calle Isabel la Católica. Un espacio pequeño que guarda intacto el olor de las antiguas boticas.
La idea de reservar este reducto a la memoria de la profesión partió hace una década del entonces presidente del Colegio Farmacéutico, Antonio Morillo Crespo, quien entró en contacto con otros compañeros que poseían piezas de interés. Según explica Encarnación Álvarez, secretaria de la institución, al reformar sus establecimientos, muchos farmacéuticos de la provincia se dieron cuenta de que tenían muebles, maquinaria o documentos antiguos que no querían tirar pero que tampoco encajaban en la estética de las nuevas oficinas de farmacia.
Morillo se encargó de promover las donaciones y, con la ayuda de Cristina Macías, directora del laboratorio del Colegio, diseñó lo que más tarde sería la exposición permanente en una sala de la planta baja del edificio que había dejado de utilizarse. Hoy en día ese espacio es el marco donde se imparten cursos y conferencias a lo largo del año, y sirve para imprimir carácter al imponente palacete restaurado donde se ubica la institución.
El objeto más valioso del museo es un título de licenciado que data de 1779. Un documento manuscrito en el que se le reconoce a Miguel Rodríguez Ballesteros (antepasado de un colegiado) la potestad para ejercer como farmacéutico en todo el territorio nacional. Además de la certificación académica, el diploma incluye una descripción de las características físicas del titulado y reseña que tenía «un dedo meñique torcido».
Valiosos son también los muebles frontales de caoba del siglo XIX que pertenecieron a la farmacia de Santo Domingo, en Cádiz, y que fueron donados por su propietaria, Rosa Casado. Según recuerda Macías, las dos estanterías llegaron pintadas de blanco y fue necesario restaurarlas para descubrir el hermoso dibujo original que presentaban y poder apreciar la calidad de la materia prima. Ahora sirven como expositores de tarros, cajas de metal, tubos y otros utensilios salidos de las boticas con más solera de Cádiz.
Botamen original
En sus vitrinas llaman la atención por su vistosidad los botes de porcelana donde se guardaban los principios activos para fabricar medicamentos. El Colegio conserva una completa colección de estos objetos, algunos de los cuales datan de finales del siglo XIX, si bien otros son imitaciones que han sido adquiridas como meras piezas decorativas.
En el recorrido por la sala resulta curioso encontrar un agitador de líquidos rudimentario que los farmacéuticos usaban a mediados del siglo pasado para realizar análisis clínicos, o un mortero de piedra donde mezclaban los principios activos. También hay carteles con anuncios de medicamentos y una copia de un antiguo anuncio en el que se detallaban los perjuicios de la ingesta de alcohol, entre ellos la «perdida de los buenos sentimientos», de «la razón» y «la dignidad».
Orgulloso de esta aportación a la historia de la profesión farmacéutica, el Colegio gaditano se propone seguir trabajando en el museo y, aunque las continuas donaciones han hecho que el espacio resulte pequeño, pretende seguir recopilando y exhibiendo aquellos objetos de valor que lleguen a su sede.
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